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Barullo en papel Cultura

Rosario tiene su propia Ciudad Gótica

La editorial independiente CG nació alrededor de una mítica revista hace casi tres décadas y ya lleva publicados mil quinientos títulos. Su director, Sergio Gioacchini, repasa los desafíos del sello que alimenta sin pausa el campo literario local.

Es muy raro que en las bibliotecas rosarinas de instituciones y particulares, sobre todo si se trata de escritores, no haya un ejemplar de la editorial Ciudad Gótica (CG), al borde de cumplir treinta años de labor ininterrumpida. Nació alrededor de una revista literaria a principios de la década del 90 y lleva publicados unos 1.500 libros de distintas colecciones y géneros, aunque la mayoría son de poesía; fue objeto de tesis en la universidad y ahora se reconvierte de la mano de las nuevas tecnologías con e-books, podcasts y transmisiones vía streaming.

En rigor el sello independiente dirigido por el escritor Sergio Gioacchini actualmente se llama CG -las iniciales del nombre original, cuna de Batman- e incorporó como socio al especialista en informática Alberto de Lorenzi. Desde hace dos años funciona en un céntrico local de Mendoza 1184, donde la idea es multiplicar talleres, presentaciones, ciclos y conferencias presenciales cuando la pandemia lo permita. Mientras, CG edita alrededor de seis libros por mes de los géneros más diversos, desde poesía y narrativa (cuentos y novelas) a ensayos, literatura infantil, algo de teatro e incluso educación y autoayuda. En ese sentido se ha constituido en un suceso la colección Estación Cine, dirigida por Sergio Fuster, que suma una treintena de títulos, algunos con varias ediciones y reimpresiones. 

Dentro del vasto catálogo que puso en circulación en estos 28 años (desde que apareció la primera revista gótica, a impulso de un grupo de jóvenes artistas), figuran muchos “primeros libros”: la casa editorial se caracteriza por haber propiciado el lanzamiento de gran cantidad de autores a la escena pública. “Se publica no solo para vender, y esto se ve sobre todo en el caso de los poetas, que intercambian libros dentro de un circuito de afinidad emotiva y espiritual. Implica una afirmación que va más allá del discurso de los negocios, de la política”, explica Gioacchini. “La obra no se cierra si nadie la lee, necesitás lectores que la legitimen, que los saberes se vehiculicen para que no queden en la interioridad. Por eso no es fácil publicar el primer libro, convertirse en autor, animarse a dar a conocer lo que se estuvo escribiendo en privado. Entre los 1.500 que publicamos hay muchos primeros libros, y afortunadamente también segundos y terceros”, continúa quien a su vez ejerce el oficio de autor, puesto que ha escrito ocho títulos de poesía y narrativa.

En el rol de editor, asegura, se abstiene de juzgar. “Yo veo el mejor perfil de los libros. Algunos juzgan por si se venderá o no, lo que desde el vamos es un problema porque implica un prejuicio con respecto al material. Vender se relaciona muchas veces con razones extraliterarias, con lo que ha hecho el autor para ser conocido, con su nivel de exposición, como pasa con los periodistas, las personas vinculadas a la política y los ensayos o publicaciones de profesores”, señala. Lo cierto es que CG comercializa en librerías, ferias y a través de internet a todo el país, y también alberga pequeñas tiradas de autor de 50 o 100 ejemplares que se sitúan por fuera de la lógica del mercado “y quedan en un circuito, en un grupo humano, en una localidad”.

Sergio Gioacchini, director Editorial Ciudad Gótica
Sergio Gioacchini, director Editorial Ciudad Gótica

“Se edita mucho, tanto que es imposible leerlo todo”, admite Gioacchini, convencido de que “cada expresión tiene su oído”. Como no se pierde ninguna presentación del catálogo, ergo en estas tres décadas entró en contacto con miles de personas y valora el significado de esas ceremonias para sus participantes. “La cultura contempla una faceta social, de encuentro, de vehiculizar emociones, palabras e ideas. No solo se escribe para ganar el Nobel sino para brindar amor, afecto. Yo vibro con cada autor durante las presentaciones porque son situaciones muy bellas, a las que a veces concurren personas que tienen muy pocos libros en su casa y sin embargo esa noche se llevan uno”, apunta, poniéndole nombre a la onda expansiva que genera siempre el acercamiento al mundo del libro.

Y no sólo el acercamiento, ya que en ese mundo algunos se quedan. Gioacchini ejemplifica con el encuentro de escritores jóvenes que organiza la editorial desde hace años. “De ahí salieron chicos que siguieron escribiendo e incluso hicieron libros individuales, algunos están estudiando Letras en la facultad”, advierte. “Cuando sos joven o empezás a escribir y a mostrar, necesitás esa vehiculización, que alguien te escuche y te apoye”, afirma con la certeza de la experiencia.

“Cada proyecto es único y por eso debés dimensionarlo, evaluar su viabilidad y sus alcances. Pensar recorridos posibles, los grupos humanos que pueden adherir e interesarse”, continúa sobre el perfil de CG. “Hay editoriales que trabajan con determinados nichos, por ejemplo historia o educación. Nosotros tenemos un público diverso. En las presentaciones de Jorge Isaías en Rosario, por ejemplo, vendíamos 90 o 100 ejemplares y después nos íbamos a Los Quirquinchos (su lugar de nacimiento) donde se producían verdaderas fiestas, multitudinarias, con costillares en estacas en el club Huracán, cuya cancha de básquet estaba llena”, rememora. Las anécdotas fluyen y reverberan. Es que en 28 años, “pasó de todo”, desde aquella movida cultural iniciática que floreció alrededor de la revista Ciudad Gótica, boom que se extendería por más de una década y 32 números.

“En los 90 no había muchas editoriales. En Rosario estaban Silvina Ross, Perico Pérez y Poli Laborde, también el Vasco (Reynaldo) Uribe que hacía la revista Casa Tomada, de antropología e historia, y libros de ensayo. Nosotros salimos antes que el Diario de Poesía”, recuerda sobre un período en que sólo el papel servía como soporte y estaban más acotadas las posibilidades de divulgación. En ese contexto la revista se transformó en caja de resonancia de voces, nuevas y locales, y de una comunidad lectora que la seguía. El primer número vio la luz en 1993 y a los dos años Gioacchini ya se había calzado el traje de editor de libros.

De frecuencia bimestral, Ciudad Gótica se ofrecía en librerías y kioscos de diarios de Rosario y alrededores con tiradas de mil ejemplares como mínimo. “Era enorme la cantidad de textos que nos llegaban por correo postal, para ser leídos y eventualmente publicados en la revista. Una vez la presentamos en el café Tortoni (de Buenos Aires), estábamos nosotros y después Alejandro Dolina”, cuenta Gioacchini y reconoce: “En su momento fue un fenómeno”. Tanto es así que el escritor y docente universitario Federico Ferroggiaro la eligió como tema de tesis de su maestría en Literatura Argentina de la UNR, bajo el título La revista Ciudad Gótica en el campo literario de Rosario (1993-2005).

“Federico hizo un trabajo alucinante en el que incorpora a los que se coparon con el proyecto y a sus detractores. Porque como con todo, siempre hay gente que lo haría diferente. No lo hicieron, pero lo hubieran hecho diferente. Y por cierto aprobó”, se ríe Gioacchini. Cuando se le señala que su producción devino objeto de estudio y parte de la literatura rosarina ironiza: “Con un busto en una placita pequeña me conformo”.

Desde sus comienzos Ciudad Gótica fue un espacio para comunicar expresiones sin cabida en otros lugares; un medio de comunicación surgido de una grupalidad que incluía a músicos, plásticos y dibujantes además de escritores; sin apoyo del Estado; y que pronto encontró en Gioacchini su director. Oriundo de Casilda, aunque vivió en su infancia y adolescencia en las localidades santafesinas de Chabás y Venado Tuerto, llegó a Rosario para estudiar Ingeniería Mecánica, carrera que cursó casi completa, aunque en los albores de la recuperada democracia también se inclinó por la filosofía en la Facultad de Humanidades.

“Yo escribo desde los 15 años, en esa época publiqué algunos poemas en Venado, hice revistas que tuvieron éxito como Cero, ruptura y tradición, aunque no me imaginaba tener una editorial”, admite y suma el nombre de otra publicación de corte dadaísta que acuñó: El astronauta de Cromagnon. “Fuimos hasta Uruguay con las revistas y con una obra de teatro pero nos repatriaron. Vergonzosamente puedo decir que era actor, en realidad hacíamos de todo, esculturas, instalaciones”, recuerda. Gioacchini era entonces un joven pelilargo que atendía en el bar El Hipotecario de Laprida y Rioja, donde se desarrollaba un ciclo nocturno de lecturas. “Se llamaba La rosita dada club y había poemas y acciones. Iban siempre Pablo Crash Solomonoff, Patricio Pron, que tenía 17 o 18 años, Patricia Suárez, el Polaco Abramowski. Con toda esta gente que frecuentaba el bar, otros que nos habíamos conocido leyendo en un encuentro de la juventud en el Patio de la Madera, como Beatriz Vignoli, y dado que yo ya tenía experiencia con algunas revistas, decidimos hacer una. Se tiraron varios nombres y por sorteo ganó Ciudad Gótica”, rememora sobre aquel mítico número cero.

Tras un inicio colectivo y multidisciplinario, a partir de la quinta edición se achicó el staff y se agrandó el tamaño de la revista. “Quisimos profesionalizarla. Salió un poco del under y llegó a tener mucha convocatoria. Nos propusimos vivir de ella y lo logramos. La producción se vendía, había recupero. Después vinieron las publicidades y la edición de los libros porque todos teníamos escritos en los cajones. Empezamos a hacer libros chiquitos que salían a veces con la revista, luego antologías o libros entre varios, algunos con cartón en la tapa”, relata Gioacchini sobre un proceso que pareció darse de forma tan fresca como aluvional.

Se sucedieron asimismo presentaciones en bares y teatros a sala llena en Rosario y otras ciudades del país, encuentros de jóvenes en consonancia con el Ministerio de Educación, lecturas, ciclos, ferias, actos y actings, muestras, participaciones en el festival internacional de poesía recién nacido. Con discontinuidades en su aparición -“porque en este país no es fácil sobrevivir con un proyecto independiente”-, la revista incluyó un homenaje al poeta Fabricio Simeoni en el último número, que se distribuyó en toda la provincia a través de los diarios La Capital y El Litoral. Mientras, el país atravesaba sus propias crisis y el mundo entero cambiaba en cuanto a entornos tecnológicos y modos de consumo. Por eso en la actualidad CG edita muchos libros aunque de tiradas más pequeñas y explora el formato e-book, aunque no sea todavía el preferido por el público.

En cuanto a las presentaciones, avanzan hacia un modelo mixto, es decir presencial y por streaming a través de un canal de You Tube que gestiona la productora Bendito Algoritmo, con un equipo liderado por Ignacio Blaconá. Por otra parte la colección Estación Cine, cuyo germen fue un programa de radio y luego tuvo una página web con comentarios de películas, sumará una serie de podcasts. Para eso, Gioacchini y De Lorenzi están reciclando una habitación de la editorial, con la idea de que allí también graben pequeños relatos y poesías los autores del sello. Los audios luego se podrán escuchar libremente en plataformas digitales como Spotify. Como si esto fuera poco, está en carpeta la realización de un programa semanal con comentarios sobre títulos recién salidos de imprenta a cargo de una book tuber local. Y hay audiolibros infantiles con códigos QR que conducen a escuchar música o visualizar una obra de teatro, lo cual a los chicos les encanta.

“Estamos con otras búsquedas, incorporando cosas nuevas”, resume Gioacchini en una frase todo lo que implica sostener un emprendimiento cultural por fuera del centro de un país que se dice federal, pero cuyos pingos en la cancha juegan otra carrera. Entre la realidad y la ficción, pero ese es otro cuento.

En el tintero

Si la producción del sello Ciudad Gótica (CG) es profusa, inevitablemente siempre quedará algo en el tintero por editar. Frente a ese dilema planteado por Barullo, Gioacchini responde: “Hay autores que admiro profundamente y me encantaría fueran parte de la editorial. Algunos conocidos y otros desconocidos, de los que me interesa que su obra se vehiculice. Me hubiese encantado editar a Mario Perone (1929/2020), siempre me lo encontraba y hablaba con él. Otra persona con la que tuve una relación y valoraba mucho era (el poeta) Rubén Sevlever, me iba a buscar a la editorial y charlábamos un montón, además vendía libros míos en Tribunales. No le pude publicar la obra completa como hubiera querido, sí una reedición de su primera obra. Afortunadamente después La Vigil lo editó. Una vez vino (el narrador) Jorge Riestra, de lo más grosso que ha dado Rosario, y yo estaba en un momento difícil de mi vida; me dio dos novelas y no pude responderle. Todavía me estoy arrepintiendo, por suerte otras personas lo editan”.

Publicado en la ed. impresa #18

Una respuesta a «Rosario tiene su propia Ciudad Gótica»

Edite mi primer libro en Ciudad Gotica super conforme con todo el trato de Gioacchini durante su realización fue muy cordial y ameno muy agradecida con esta Efitorial un orgullo rosarino

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