Romina Tamburello nunca pasa desapercibida. Habla su voz, pero también sus ojos de color verde amarronado, y en ningún momento pierde el hilo de una conversación que fluye. Siempre con una idea, un proyecto, algo para emprender. “Me encanta estar haciendo”, dice al rememorar el vertiginoso año que vivió.
Durante 2024, la película que codirigió junto a Federico Actis, Vera o el placer de los otros, se estrenó en Estonia, la llevó a conocer Bangkok, les significó premios en lugares tan distantes como Mar del Plata, Vancouver y Barcelona.
En el mismo año, Penguin publicó su segunda novela, Los amigos de mis papás, la historia de una pareja (mejor dicho, una madre) que le pide ayuda a su hija biotecnóloga para explorar el mundo swinger. Para el resto, sólo es cuestión de sentarse a leer: el libro no te va a soltar.
‒A veces no soy ni consciente de lo que estoy buscando, ni de lo que me llega. El otro día me decían: «Te fuiste a filmar tu segunda película”, por Golpe (la película paraguaya que codirige junto a Nicolás García Hume, y que se rodó en la Triple Frontera en los primeros meses del año).
Y sigue: “Yo no lo pienso así, yo estoy laburando. Como cuando me dicen, «Escribiste tu segundo libro». Tampoco le pondría un número a las cosas. Yo me doy cuenta de que me gusta mucho más estar haciendo que estar estrenando lo que hice.
Romina Tamburello nació en 1980, ubica el germen de su formación artística en la Escuela Municipal de Danzas y Arte Escénico Ernesto de Larrechea, donde empezó a escribir a los ocho años.
Su primer cortometraje, Rabia, llegó al festival de Cannes.
Ella vive esos hitos ‒que otros llamarían éxitos‒ con sorpresa. Como si fuera un plus al haber disfrutado tanto de hacerlo.
Así cuenta lo que pasó con Vera o el placer de los otros, la historia de una adolescente (que también le valió premios como actriz a Luciana Grasso), con la participación especial de Inés Estévez. La historia no tiene moraleja, sino un acercamiento al riesgo y el placer sexual en una edad de descubrimientos.
‒¿Te imaginaste que Vera iba a tener la repercusión que tuvo?
‒No, pero me la fui imaginando. No me imaginé nunca que le iba a ir tan bien dentro de un nicho más cinéfilo. Cuando nosotros la presentamos en un work in progress y nos elige para representarnos a nivel internacional la agencia alemana Mappeal, que elige siete películas por año, ya me pareció como… ¿queeé? Somos de Rosario… Alemania. No entendés de dónde llega la validación o qué vieron en la peli.
‒¿Y con el público?
‒Y después empezó a pasar algo, que es que la gente entendía lo que queríamos decir, que era ir acompañando el deseo sexual de una adolescente que cuando se cree que va a caer en que le pase algo malo porque es una voyeurista no le pasa nada grave. No es una gran heroína, Vera. Ya no me interesan las historias de grandes heroínas, porque ya las contaron, sino de mujeres como nosotras, que están buscando una cosa y el camino es errático hasta encontrarlas. Entonces creo que lo que gusta es ver eso. Es una piba que puede ser cualquiera de nosotras. Cuando éramos pibas.
‒Recorrieron el mundo con Vera o el placer de los otros…
‒Con Vera viajamos por todos lados, estrenamos en Estonia, que fue una locura porque es un país muy frío, en el que no sabíamos cómo iban a recibir la película.
‒¿Y qué pasó?
‒Y, la recibieron hermoso… Una mujer, después de la película, se puso a llorar y me dijo que ella había empezado a masturbarse a los treinta y cinco años y que le parecía una película necesaria y que la agradecía. Después nos vinimos al Festival de Mar del Plata, donde ganamos el premio a la mejor dirección, donde una chica se largó a llorar y me dijo “te agradezco por el vínculo de la madre y la hija”.
‒Es decir que no hubo miradas morales…
‒Lo que habla también de lo evolucionados que están nuestros feminismos, para que no sea el problema la masturbación, que ya es un tema hablado, por más que falte siempre escarbar, sino que el vínculo de una madre y una hija era lo que conmovía. De ahí nos fuimos al Festival de Miami. De ahí la actriz se fue a Vancouver, donde ganamos el premio del público, fuimos a Barcelona con nuestra representante Flor Coll, donde ganamos el premio de la crítica. Después nos fuimos a abrir el primer festival LGTBI de Tailandia a Bangkok, así que nos fuimos de Estonia a Tailandia.
‒¿Con quiénes fueron de Estonia a Tailandia?
‒Con Santi King, Fede Actis se sumó a los que pudo, pero es como si siempre hubiera estado con nosotros. Y los chicos se fueron a Bariloche, la peli también estuvo por Puerto Madryn, por Neuquén. Ahora estamos como apelando a distintos festivales más pequeños. Así que la idea es seguir viajando, seguir proyectándola. Siempre nos parece que es un lugar importante para dar debates. Yo creo que la peli es lo que queremos decir, o sea, vale más por lo que queremos decir.
‒¿Y qué es lo que quieren decir?
‒No queremos juzgarla ni ensalzarla, sino simplemente acompañarla. Y fue lo que nos pasó cuando la escribimos. Empezó como una heroína que solucionaba el problema que teníamos cuando éramos chicos, que era no tener dónde ir a coger, pero después el personaje se nos rebeló y empezó a pedir.
‒¿Cómo hacés para diversificar tanto tu trabajo? ¿Tenés un método?
‒Soy desordenada. Soy superdesordenada para laburar. Sólo me pongo metódica y estricta cuando tengo un deadline, por ejemplo, Los amigos de mis papás que lo escribí en seis meses, porque tenía un compromiso con la editorial, todos los días era levantarme a las ocho y escribir hasta las cuatro. Así estuviera sentada delante la computadora y no me saliera nada. Era un tiempo que yo tenía que destinar a eso. Pero después soy muy desordenada.
Si esto fuera una película, acá se llegaría a un momento clave: los amigos.
Sigue Romina: “Creo que puedo hacer tantas cosas porque trabajo con los amigos. A veces dicen que trabajar con los amigos tiene sus cosas malas, yo todavía no las encontré. Para mí los amigos te hacen mucho el aguante, cuando flaqueás en algunas cuestiones, cuando no tenés tiempo. Trabajar con Fede Actis y Santi King es una gloria, porque estamos todo el tiempo cubriendo los baches del otro, ya sean técnicos o narrativos. Hay un montón de cosas técnicas que yo no sé y los chicos saben. Hay un montón de cosas que tienen que ver con la literatura o con la dirección de actores, que yo me siento más cómoda y después con los amigos del teatro, que son los amigos eternos y por los que empecé a escribir”.
‒¿Y las amigas?
‒Las amigas, siempre. Y en otro rulo, que es el de la angustia. Tener lectoras elegidas para mí es clave. Y después las amigas que me fue dando la literatura, Luz Vitolo, Silvia Hitzkin, Fer Mainelli. Que te aguanten la angustia y la inseguridad. El pánico de decir, ¿para qué estoy haciendo esto? Ni siquiera pienso si esto se va a publicar o se va ver, sino ¿a alguien le va a interesar lo que tengo para decir? Y ahí es donde las amigas aparecen, y también la que te acompaña a tomar un porrón para no estar hablando todo el tiempo de una misma, para contarte otra historia.
Romina, entonces, iba a la Escuela de Danzas y Artes Escénicas pero nunca se interesó por el baile. Quería escribir y actuar. Terminó la secundaria en la Dante, fue a la universidad, se recibió de abogada.
‒En Derecho no me di cuenta, pero aprendí mucho de estructura. Después trabajaba para un juzgado, entonces leía muchas sentencias y ahí se me acomodó algo en la cabeza. Ejercí diez años, paralelamente seguí escribiendo. Y también me compré con el que en ese momento era mi marido el hostel en Punta del Diablo. Escribo Mujeres de ojos negros, que fue lo primero concreto que escribí, lo empezamos a actuar.
‒¿Ya hacías teatro?
‒Estaba en el Match de Improvisación, ahí arranco a actuar de nuevo con Cristian Marchesi. La improvisación fue una escuela para aprender a dirigir, a escribir, a actuar, a trabajar en equipo. Mis mejores amigos los saqué de ahí. Y así empecé a escribir, me empecé a dar cuenta de que me gustaba escribir. Escribimos con Esteban Goicoechea, un actor y dramaturgo, escribí una serie, ganó TDA. Empecé sin darme cuenta, más como un acto de arrojo, de decir, lo podemos hacer, total, ¿a quién le importa lo que hacemos?
‒¿Cuándo dejaste la abogacía?
‒Un día que estaba llegando con los expedientes, ejerciendo como abogada, más que adentro de tribunales. Y estaba llegando con unos expedientes y me empecé a agitar, me senté en un banco de tribunales. Lo último que me acuerdo eran las ocho de la mañana y lo próximo que recordé fue a las tres de la tarde, se me apagó el tele. Y sólo estaba sentada. Nunca supe qué me pasó ahí. De hecho le pregunté a todo el mundo que estaba cerca, nunca nadie me lo supo decir. Y ahí dije: «Estoy haciendo muchas cosas”. Tuve una crisis, creo que se llama surmenage, algo así. Y renuncié a la matrícula.
Así nomás.
‒¿Cómo fue la escritura de La viuda del diablo?
‒La empiezo a escribir en un taller de Pablo Ramos, él te hace hacer el ejercicio de llevar un diario personal y un día me dice: “Esto es una novela, pero vas a tener que trabajar mucho”. Bueno, la sigo escribiendo y me iba pasando la novela mientras iba pasando la vida, o sea, hasta que no vendí el hostel, no la pude cerrar. Vendo el hostel en el año 2018, seguí escribiendo y en el 2020, cuando se corta todo, nosotros estábamos a punto de filmar Vera, pero se suspende el rodaje. Y yo dije voy a elegir este año para escribir. Y me pongo a hacer una última corrección con Luz Vitolo.
Su primer libro, La viuda del diablo, fue un éxito inesperado. Cuando tenía el cuarto borrador, que le gustaba, lo envió al concurso de novela de Futurock. La llamaron para avisarle de la entrega de premios, que se hacía por zoom. Y ella dijo que no iba a poder, porque tenía un partido de tenis (sí, también juega al tenis.)
La respuesta le dio una pista, pero fueron sus amigos ‒protagonistas estelares de su vida‒ los que la alertaron. “Me acuerdo que fue el día que Santi King nos estaba diciendo que había que modificar el guion porque si no Vera no se iba a poder hacer por una cuestión de plata”, relata rápido, a velocidad Tamburello.
Santiago King es la tercera pata de Pez Cine, el productor de Vera y el placer de los otros.
La conversación con la gente de Ediciones Futurock fue así:
‒Mañana se entregan los premios.
‒Tengo un partido de tenis, no voy a poder.
‒Sería bueno que estés.
Romina habla como dramaturga, sus parlamentos son diálogos que es un desafío reproducir: “Mis amigos me dicen, «debés haber ganado algo, tarada». Yo digo «no creo, no creo». Y era todo virtual. Pero cuando Fabián Casas empieza a hablar de la novela y me doy cuenta de que era la mía…”.
La felicidad de ser publicada vino con otra sorpresa.
‒Nunca entendí la repercusión que tenía eso, hasta que ves el libro y decís, “Ay, esto es una cosa…”.
‒El segundo libro vino por invitación ‒y contrato‒ de una editorial grande.
‒Los amigos de mis papás está basado en la historia de mi familia y sobre todo en muchas charlas que tenía con mi mamá. A ella la operaron de cáncer, le sacaron las dos mamas, después se las reconstruyó. Había algo de todas esas charlas, de lo que implicó ese cáncer, y lo que implicó sexualmente con mi papá. Son un matrimonio que están juntos hace cincuenta y dos años. O sea, que imagínate con la carga que vengo yo, que no puedo sostener un novio tres meses. Cuando mi vieja empieza a abrirse y me empieza a contar que no era todo tan maravilloso como nos contaban, porque también somos una familia en la que no se grita. Nosotros no gritamos, no nos peleamos abiertamente, todo es muy amoroso, somos cariñosos. Y me empiezo a dar cuenta de lo que mi mamá sentía sin decirlo.
‒Están tus papás, pero también está la protagonista, que es biotecnóloga…
‒Y después pasa algo mágico, totalmente ridículo que pasa con la literatura, que es que yo empiezo a escribir la novela, me voy al Festival de Miami y siempre quedé obsesionada con una amiga que se fue a estudiar a Boston, que estaba experimentando con una mutación de pollos. Entonces, cuando voy a Miami, ella vivía ahí, así que le escribo. Ahí hubo una segunda reescritura con ella, pensando en la mutación de la vaca.
‒Hay una frase que la madre le dice a la protagonista, ¿tu mamá te la dijo a vos?
‒Sí, mi mamá me dijo la frase “he cogido poco”. Ella se casó virgen. Y después apareció algo de los clubes swinger, apareció una búsqueda de ellos, que en la novela está completamente ficcionada, pero yo hice ese trabajo de campo.
‒¿Lo hiciste para tu mamá o lo hiciste para tu novela?
‒Para los dos. Para la novela lo aumenté, fui a más.
‒Sin embargo, el libro no es una autoficción…
‒Me parece que a veces mentir nos ayuda a decir la verdad. Para encontrar lo que quiero contar, me resultan mejor esos huecos de la ficción. Me divierte más también. Con las dos novelas me pasó que me divertí mucho escribiendo. No me interesan tanto las heroínas. Quiero contar a mujeres más desprolijas.
‒¿Qué relación tenés con la rosarinidad?
‒Ser rosarina es algo que me encanta. Y me da mucho orgullo, cuando llego a los lugares, explicar que no soy porteña. Y siento que la recepción es distinta.
‒¿Y con la iconografía de la rosarinidad, Olmedo, Fontanarrosa, Fito…?
‒Eso no me representa a mí. A mí me representan mis amigos, mi ciudad, la literatura contemporánea, mis contemporáneos rosarinos. No tengo una melancolía con el Rosario de Rita la Salvaje. Ni idea. No la tengo ni estudiada. Me chupa un huevo. Sí me parece que somos gente que no la tiene servida, porque no hay industria, que es por lo que estamos luchando, sobre todo en el cine. Entonces hay algo de romperse para hacer de lo que estoy orgullosa.
‒¿Aspirás a ser reconocida en Buenos Aires?
‒Me chupa un huevo. Absolutamente, no me iría a vivir a Buenos Aires. Si me dicen «te salió un laburo en Buenos Aires», me iría por un tiempo. Es una gran ciudad, pero no me interesa vivir ahí, no me interesa el reconocimiento de ahí. No me iría a pegarla. No entiendo el concepto de pegarla. Como no entiendo el concepto de ser fan de algo. Me parece que pegarla es levantarse y hacer lo que a uno le gusta.
‒¿En qué lugar quedó el teatro?
‒Ay, tengo ganas de volver a hacer teatro. Lo que pasa es que para mí el teatro te condiciona mucho a estar. En una temporada de tres meses, tenés que estar todos los fines de semana acá.
‒¿Qué fuiste a hacer a Paraguay?
‒Fui a filmar una peli que se llama Golpe, dirigí junto a Nicolás García Hume, que es un actor paraguayo que vive en Buenos Aires, un amigo, con mitad de elenco argentino, mitad de elenco paraguayo, mitad equipo técnico argentino, mitad equipo técnico paraguayo, éramos muchísimos. La filmamos en Ciudad del Este, es un thriller erótico de época que sucede en el 89 y que estuvo buenísimo. Tuve escenas de acción, hubo trece muertes, efectos especiales, cosas con las que yo nunca había tenido relación, unas actuaciones increíbles, actúa una rosarina, Lala Brillos, que quedó en un casting y se fue.
‒¿Cómo vivís esta época mundial?
‒Con terror. Me da terror lo que pueda pasar. Hay un discurso de odio que estuvo siempre, no es que hay restauración patriarcal. Los “políticamente correctos” que eran los progres malnacidos, les digo yo, que en realidad estaban en un discurso de moda, pero en verdad pensaban todo lo que ahora pueden decir. Ser buena persona no está más de moda, está de moda odiar, discriminar, decir cualquier cosa, ser cruel en nombre de la verdad, ser miserable y contra eso hay que luchar. Creo que los hombres se tienen que dar cuenta de que esta vez son ellos. Porque nosotras estamos en un lugar de descrédito total. Cuando ellos pedían que los dejáramos ir a las marchas, ahora tienen que ayudar. Porque ahora nadie nos cree.