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Barullo en papel Columnas

Un trapo rojo en el Palacio Municipal

El 7 de febrero de 1921, un grupo integrado por estudiantes de Medicina y obreros anarquistas concretaron la toma del Palacio Municipal

Mientras la ciudad se entretenía, sobre todo por las noches, con los vaivenes jocosos y entretenidos del Carnaval cuyo festejo correspondía ese año a la primera semana de febrero, se concretaba, el siete de ese mes, un episodio singular pero poco conocido que no dejaría otra huella perdurable que la de su inclusión en alguna cronología histórica de la ciudad. Mayor espacio en la historia santafesina tendrían la gran huelga de La Forestal en Villa Ocampo, Villa Guillermina, Villa Ana y otras localidades del norte de la provincia, reprimidas por el cuerpo de sicarios de la empresa británica (la llamada “Gendarmería volante”) e integrantes de la Liga Patriótica, y los ecos de laS reciente huelgas de la Patagonia, con su secuela de asesinatos de peones por parte del ejército.

En Rosario, mientras tanto, la Municipalidad encaraba un programa de duro ajuste que incluía el despido de personal en áreas como el Matadero y la de limpieza, que nucleaba a los barrenderos, así como la de maestranza, a lo que se sumaba una deuda salarial que dio origen a una huelga de dichos trabajadores. No estaban solos ya que simultáneamente tomaron la misma decisión los maestros, ferroviarios y los choferes de taxis. El intendente Federico Schleisinger no había contribuido mucho a la solución del conflicto ni a la adhesión de los rosarinos al viajar a Las Rosas, al parecer sin otro motivo –según la prensa– que “dar un paseo”; antes de partir, se encargó de decretar que ese año no se celebrarían los festejos del Carnaval.

Fue en ese marco de agitación social que la Federación Obrera Provincial, una de las organizaciones donde tenía mayoría el movimiento anarquista, llamó a una huelga general en Rosario para el 5 de febrero, al que adhirieron una veintena de gremios. El diario Santa Fe informaba el 8 de febrero que la huelga general desarróllase con calma, no habiéndose producido incidentes de sangre de mayor consideración, como consignara en septiembre de 2016, la página oficial del  PCR (Partido Comunista Revolucionario).

En una nota publicada el 16 de noviembre de 2016, el diario El Ciudadano enmarca ese momento: la Primera Guerra Mundial y la Revolución Rusa fueron dos acontecimientos que tuvieron una honda repercusión en la Argentina como en la ciudad de Rosario. Por ese entonces, la ciudad se había convertido en la segunda urbe en importancia a nivel nacional porque era el enclave agroexportador de una región netamente agrícola. Su población (alrededor de 200 mil habitantes en 1914) era muy cosmopolita porque el 47 por ciento estaba compuesto por extranjeros, y del resto, gran parte eran segunda o tercera generación de inmigrantes. Además, la llamada “Fenicia argentina” nucleaba a gran parte de trabajadores porque uno de cada tres habitantes santafesinos vendía su fuerza de trabajo en Rosario.

El 7 de febrero, durante el “lunes de carnestolendas”, se produce el episodio recordado: un grupo integrado por estudiantes de Medicina y obreros anarquistas deciden (y concretan) la toma del Palacio Municipal, cerca de las seis de la mañana: reducen al portero e ingresan al Salón Carrasco, aledaño al despacho de intendente. La intención –afirma El Ciudadano– era instalar un gobierno proletario, un soviet rosarino que duraría escasas ocho horas, sentaría las bases de una anhelada unidad obrero-estudiantil que recién se reiteraría 48 años después con el Rosariazo, y alcanzaría a rubricar algunos decretos que iban desde el desplazamiento del intendente Schleisinger al cierre del Concejo Deliberante y la suspensión del cobro de impuestos.

La mencionada página del PCR agrega: “Además, delegaron en la Federación Obrera la designación de un nuevo intendente, y nombraron un nuevo secretario de la intendencia, un tesorero, un contador, un asesor, un inspector general así como nuevos directores de asistencia pública y de todos los nosocomios ligados a esta área”.

Los responsables del intento de concreción de lo que el programa “Historia secreta”, conducido por las historiadoras María Julia Oliván y Alejandra Monserrat, llamó una Comuna Libertaria eran ocho estudiantes, tres electricistas, dos panaderos, tres empleados, un pintor, un telegrafista y tres jornaleros, estos últimos al parecer trabajadores de los hornos de ladrillo de la zona oeste: Ricardo y Carlos Chaminaud (reconocidos estudiantes de militancia ácrata), Felipe Morales, Armando Roche, Luis Tafalta, Saturnino Ricardo, Lorenzo Biamino, Adolfo Gómez, Telémaco Giorgiades, José Manuel Dumas, Francisco Schor, Carlos Ábalos, Carlos Oliva, Antonio Zemberg, Manuel Martínez, Antonio Ferreira y José Siembre, aunque algunos consignan que fueron 19 y otros 21 los responsables de la toma.

Pero sería una decisión de los ocupantes la que contribuyó a sembrar la semilla de la confusión y a generar escalofríos en más de uno: la de izar en el mástil del frente de la Municipalidad, en reemplazo de la argentina, una bandera roja, según la página de la Federación Anarquista de Rosario el 6 de noviembre de 2013, improvisada con el forro del capot perteneciente al coche de Ricardo Chaminaud. Fue ese hecho el que decidió la intervención del Regimiento 11 de Infantería y el cuerpo de bomberos que, ante la escasez de hombres y armas de los ocupantes, logró reducir al grupo, al que condujo a pie por calle Santa Fe hasta la Jefatura de Policía.

En su recurrida Historia de Rosario, Juan Álvarez resume aquella toma en pocas líneas: “Órdenes sucesivas del intruso “lord mayor” suspenden la vigencia de los impuestos como primera medida del mejoramiento de las condiciones de los pobres. Este gobierno de opereta alcanzó a durar hora y media. Apercibido el jefe del Regimiento 11 de línea, bastaron pocos soldados para apabullar a los bromistas, que no otra cosa eran, arrióse la revolucionaria insignia y un piquete de bomberos condújoles en tropel a la Alcaidía”. Sin embargo, Álvarez deja traslucir la opinión de la conservadora clase alta de la ciudad, de la que él era también un exponente destacado: “Advirtamos que dar a sus excesos cierto tinte de jarana y burla constituía una de las tácticas de los agitadores, sirviéndoles para presentarse bajo cariz más inofensivo, del mismo modo que usaban al gremio estudiantil como embotante almohada contra represiones policiales”.

Un colofón tampoco demasiado conocido: los “asaltantes”, como los definió alguna prensa de la época, tuvieron dos defensores que lograron su pronta liberación: uno de ellos fue Rafael Bielsa, un abogado de 32 años que sería luego un gran referente del derecho administrativo en el país; el otro, Claudio Newell, que había viajado a Santa Fe para pedir al gobernador el cambio de la política municipal en Rosario a cargo de Schleisinger –un afiliado a la UCR como él y que fuera intendente apenas 41 días–, a quien reemplazó desde el 10 de febrero al 2 de mayo de 1921, otros escasos 80 días. La mencionada nota de El Ciudadano recuerda: “La acción revolucionaria no fue derrotada totalmente. A pesar de haber sido detenidos, los revolucionarios encontraron defensores. Claudio Newell, junto al secretario de la Municipalidad y amigo, el jurista Rafael Bielsa, recientemente llegado a Rosario, tomó la defensa de los libertarios detenidos y rechazaron que el ajuste de las cuentas de la ciudad fuera pagado por los obreros municipales”. Juan Álvarez (quien deportó a varios obreros con la Ley de Residencia) intentó burlarse de los revolucionarios y expresó: “El episodio grotesco de la huelga de 1921 muestra cuán bajo estaba cayendo el respeto a las autoridades locales”.

El artículo del diario rosarino acierta al puntualizar: “La burla de Álvarez y el olvido desvirtuaron un acontecimiento de la historia de Rosario que es necesario rescatar y analizar, más allá del simple hecho, como una expresión de la sociedad de entonces”.

Publicado en la ed. impresa #07

Por Rafael Ielpi

Realizó sus estudios primarios y secundarios en Rosario y cursó materias en la entonces Facultad de Filosofía y Letras. Trabajó en el periodismo, fue integrante de la Editorial de la Biblioteca Vigil, redactor y director creativo de agencias de publicidad y en 1983 fue designado responsable del área de Cultura de la Municipalidad de Rosario hasta 1989. Fue elegido concejal de la ciudad en 1991/95 y 1997/2003, año en que fue designado director del Centro Cultural Rivadavia, hoy Roberto Fontanarrosa, hasta la fecha. Publicó libros de poesía desde “El vivió absoluto” (1964) a “Fotos de familia” (2019), trabajos de investigación histórica: “Prostitución y rufianismo” (1972, con Héctor Zinni), “El imperio de Pichincha” (2009), “Rosario del 900 a la década infame” (2006), “Rosario, vida cotidiana” (2001), entre otros. En 2004 fue declarado Ciudadano Ilustre de Rosario “por su aporte a la cultura de la ciudad”.

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