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Sardinas al mar

La presencia de Maradona en Rosario, como técnico de Gimnasia y Esgrima, tuvo eco en Europa. El improvisado acto en el hotel ante una hinchada inflamada de nostalgia o los memes que circularon ese fin de semana fueron motivo de atención del diario deportivo Marca de España y La Gazzetta dello Sports italiana.

En el documental Diego Maradona de Asif Kapadia —director, también de Senna, otro verso libre del deporte– se puede ver como el junco se quiebra pero que no deja de construir belleza mientras el físico se lo permite. El exceso de llamarlo Dios a partir del uso fraudulento de su mano en el primer gol a Inglaterra en México, queda, de algún modo, en una permisible concesión con el otro gol que hizo aquella esa tarde. «Una verdadera obra de arte», dice Jorge Valdano.

Fotograma de Diego Maradona, de Asif Kapadia
«Diego Maradona», de Asif Kapadia

Con Leo Messi pasa algo parecido. Es un vendaval creativo de tal magnitud que es capaz de romper la narración del juego como aquella noche en la que, al ejecutar un penal contra el Celta de Vigo, en lugar de rematar al arco le dio un pase corto al Luis Suarez para que este convirtiera el gol. Juego, complicidad, alegría. John Carlin escribió que el ya no era de ningún equipo, era solo de Messi. No parece desatinado el comentario si se observa el volumen del negocio del fútbol y el lastre de corrupción que envuelve a empresarios, dirigentes y jugadores.

En el Reino Unido los jugadores entran al campo de la mano de un niño. Después, todo el equipo, se retrata con los pequeños. Es un acto amable que aporta empatía con la infancia y hasta podría declinar en otras acciones positivas. El problema es que a los padres les cuesta 900 dólares, más de la mitad del salario mínimo británico. Para la liga inglesa representa un ingreso de 640.000 dólares anuales.

¿Cómo puede ser que, a pesar de todo, el negocio crezca y la adhesión sea inquebrantable? Por epifanías como las de Maradona y Messi. Aunque Ken Loach, el cronista de la realidad social del Reino Unido, da otras pistas. En su película Buscando a Eric (Looking for Eric). El protagonista es un cartero, un hombre de clase baja, separado dos veces, que convive con los hijos de su última pareja que le abandonó, y soporta todo tipo de situaciones dramáticas. Nada aparece en el horizonte que pueda evitar una gran caída. El filme está ambientado en Manchester y el protagonista es hincha del Manchester United; su ídolo es Éric Cantona, el gran delantero francés del equipo británico. En su habitación, Eric Bishop, el protagonista –se llama igual que el jugador–, además de banderines e insignias del club, tiene un poster de Cantona de tamaño real. Una noche, cuando Eric se encuentra en medio de una crisis emocional, Cantona aparece en la habitación y comienza una relación entre ambos. Lo simple, y lo que habría llevado a convertir el film en un simple melodrama costumbrista, habría sido que Loach manejara la relación en el plano de la autoayuda, pero, en lugar de eso, lleva el vínculo a un nivel dialéctico en el que el protagonista va superando contradicciones. Cantona se convierte así en el Otro, en el sistema de pensamiento, en las reglas de ajedrez, en el encuadre ideológico que le permite a Bishop adoptar una estrategia de vida. Loach construye el personaje de Cantona basándose en parte en su perfil de jugador y, fundamentalmente, en sus apariciones mediáticas. Sobre una de ellas, la más famosa, el protagonista del filme confiesa que nunca pudo desentrañar su sentido. El episodio es el siguiente: cierta vez, durante un partido de fútbol, un agitador de ultraderecha le insultó, razón por la cual Cantona reaccionó violentamente propinándole una patada. En la rueda de prensa que se convocó luego del incidente, se esperaba diera una disculpa. Como todo argumento, el jugador se sentó frente a los periodistas y lo único que se limitó a decir antes de retirarse fue: «Las gaviotas siguen al barco porque saben que acabarán cayendo sardinas al mar». Esa fue la particular venganza de Cantona hacia la prensa amarilla inglesa que pensaba hacer su agosto a costa del jugador. Más allá del mercado y el morbo de los medios, los aficionados siguen la estela creativa de los jugadores prodigiosos y alimentan su imaginario con esa poesía.

Publicado en la ed. impresa #06

Por Miguel Roig

Escritor y periodista rosarino que reside en Madrid. Es coeditor de la Revista Socialista y socio fundador de Mongolia, revista satírica mensual española. Escribe una columna en el diario.es y en Perfil. Sus últimos libros son El marketing existencial (Península, 2014) y Conversaciones con Alberto Garzón (Turpial, 2016).

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