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Barullo en papel

Los espacios culturales independientes ante un nuevo escenario

La normativa municipal por fin reconoce a los espacios con programación artística de pequeña y mediana escalas. Cómo sobreviven los que hoy están en pie y qué impacto tendría su propagación en los barrios

La sala de teatro independiente más austral de Rosario está ubicada en pasaje Amsterdam 1113 (Sarmiento al 4800). Allí además hay talleres de música y danza, recitales y espectáculos, una rareza en el paisaje de la zona sur. Para que nadie dude acerca de lo que sucede en el galpón de doscientos metros cuadrados que durante décadas había cobijado a un taller metalúrgico, al fundarla en 2019 el actor Nicolás Jaworski la bautizó “La Tornería, espacio cultural”. La misma denominación tomó el Concejo Municipal para crear en julio de este año el Régimen de Preservación y Fomento para Espacios Culturales Independientes (ECI), dando respuesta a un reclamo histórico del sector. La incógnita es si la nueva realidad jurídica apuntalará una actividad emparentada con el mito de ciudad cuna, no sólo de la bandera, sino de grandes artistas (aunque tienda a premiarlos si primero triunfan extramuros). En esta nota Barullo explora las estrategias de supervivencia de los ECI, la memoria de los que quedaron en el camino y cómo impactaría en la comunidad la multiplicación de puntos de encuentro alrededor de expresiones artísticas de la ciudad.

En tiempos de dispositivos tecnológicos que cosifican y alienan, de discursos de odio contra todo agente o colectivo capaz de desplegar pensamiento crítico, de desmantelamiento de instituciones y políticas federales de protección a la cultura, el 4 de julio el Concejo aprobó una ordenanza que subsana una asignatura pendiente, aunque lo hizo “de carambola” ya que el tema en principio no estaba en agenda. Una década atrás, en cambio, era tal el malestar del sector independiente en Rosario que varios de sus artífices conformaron la red Espacios Culturales Unidos de Rosario (Ecur) con el objetivo de reclamar un tratamiento específico, sobre todo por la cantidad de requisitos de higiene y seguridad a los que habían quedado sometidos tras las tragedias de Cromañón en 2004 y del Café de la Flor en 2015. El principal logro del Ecur fue que los bares pudieran programar una agenda artística, aunque no tuvieron mayor plafón en el Palacio Vasallo para otros cambios normativos.

Si el panorama se agravó con el derribo de viejas casonas que albergaban este tipo de propuestas, donde luego se construyeron torres, a lo que se suma la crisis económica durante el macrismo y la severidad de los controles municipales, el golpe de gracia lo propinó la pandemia de coronavirus con la clausura lisa y llana de la escena cultural. El circuito se resintió al punto de que unos veinte sitios bajaron las persianas. Menos preocupados que sus antecesores por la nocturnidad y por el servicio de gastronomía, el Colectivo Rosarino de Espacios Culturales (Crec) se congregó en 2021. Llegaron al despacho del intendente, a quien le expresaron que más de la mitad de los locales con oferta artística independiente funcionaban clandestinamente a falta de un marco legal que los contemplara. El Crec redactó un anteproyecto de ordenanza con la asistencia técnica de la Secretaría de Cultura pero a pesar de los esfuerzos, los encuentros y las reuniones, en el Concejo tampoco pasó nada.

Con una normativa que regía desde 2001 y ya no satisfacía ni a propios ni a ajenos, la regulación de la noche rosarina se presentó este año como un objetivo de la segunda gestión de Pablo Javkin y el debate se azuzó. La concejala Fernanda Gigliani (Iniciativa Popular) propuso escuchar a las partes en una audiencia pública no vinculante, que el 18 de junio copó el recinto durante seis horas. Participaron como oyentes más de 200 ciudadanos y se anotaron para disertar 63, entre ellos representantes de espacios culturales. En el medio de la discusión por los eventos y espectáculos públicos, resonaron las palabras “arte”, “cultura”, “identidad”, “sin fines de lucro”, “trabajo”, “autogestión”, las mismas que antes otros habían pronunciado sin eco.

Esta vez en apenas dos semanas hubo rescate de antiguas experiencias y articulados, enmiendas, negociaciones, nucleamiento de artistas y de gestores en una asamblea que se reúne cada quince días y se llama Red de Espacios Culturales Independientes (Reci). Estuvimos interconectados un mes y básicamente no dormimos, fue épico”, resume Lucas Canalda, de la revista Rapto –donde desde 2016 se refleja el circuito cultural independiente–, el proceso que derivó en la sanción de una normativa propia, por fuera de la de nocturnidad.

“Lo consideramos un paso enorme e histórico en una militancia cultural en marcha hace diez años, que podríamos decir ya lo estaba hace veinte. Y aun antes había espacios culturales que no se visibilizaban como tales. Queremos que la ordenanza no sea una anécdota, que se implemente”, apura Canalda, integrante de la asamblea que por estos días efectúa por cuenta propia un relevamiento de los ECI existentes “para saber cuántos somos los involucrados” en un ecosistema que no equivale sólo a esparcimiento sino a posibilidades de trabajo. Si bien se agruparon espontáneamente tras la audiencia pública, enseguida se organizaron con entusiasmo y ahora aspiran a ser interlocutores válidos de la Secretaría de Cultura, autoridad de aplicación del nuevo régimen.

“Nos autoconvocamos para reclamar que la nocturnidad que proponía el oficialismo no contemplaba la cultura. A partir de entonces establecimos canales de contacto con concejales que habían participado de proyectos anteriores, frustrados en algunos casos, y desde (Leonardo) Caruana surgió un proyecto interesante tomando en cuenta experiencias del sector del teatro y de otros lugares como Buenos Aires”, relata Canalda, y agrega que se “quemaron las pestañas” sobre esa base hasta lograr que los ECI fueran reconocidos como una figura con características propias.

“Funcionan de día y de noche; ofrecen talleres, recitales, ciclos de cine, de poesía, muestras. Un ECI no puede sobrevivir solo con las actividades del fin de semana ya que en Rosario las entradas son muy bajas; el ingreso real llega cuando la gente come y bebe”, aclara el periodista de cuarenta y dos años que pasó por los colectivos Avispero y Planeta X. “En el camino quedaron muchas personas que sostuvieron la discusión a través de los años. Sin esa red no estaríamos acá. Hemos sido criados ética y afectivamente en esos espacios”, afirma.

El concejal Caruana (Frente Amplio por la Soberanía) convalida “la historia de lucha de los espacios culturales” y la existencia de iniciativas en el Concejo (de la propia Gigliani, de Ciudad Futura) que no estaban en tratamiento pero tenían estado parlamentario y por eso pudieron rescatarse cuando el debate sobre eventos y espectáculos nocturnos “puso en tensión” la ausencia de la palabra cultura. Para Caruana la equiparación de grandes y pequeñas superficies en la propuesta general hubiera perjudicado a los ECI. “Escuchamos a los referentes, dialogamos, ellos propusieron cosas. Lo que se terminó votando en el recinto (por unanimidad) llegó con un gran consenso”, recuerda y valora “esta experiencia de construcción para tomarla como pauta para pensar otros grandes problemas” en referencia a las virtudes de la audiencia pública “cuando no es una instancia declamativa, sino que incluye distintas voces”.

“En este caso estaban los comerciantes, los vecinos, los espacios culturales. Había una heterogeneidad que no se podía homogeneizar, y era necesario ayudar a los que más lo necesitaban”, sostiene y explica que los ECI tendrán exención de algunas tasas en función del factor ocupacional. “A medida que vayan creciendo cambiará el esquema de beneficios impositivos y quienes hagan recitales deberán cumplir con las normas de insonorización”, detalla el edil.

En general, los vecinos no se quejaban de la dinámica de los sitios más pequeños, con perfil cultural, aunque Rosario registra un antecedente nefasto de intolerancia: la botella que en 2016 fue arrojada desde lo alto de un edificio de Corrientes al 1300 e impactó sobre una joven que estaba en la vereda de La Chamuyera, dejándola desde entonces en situación de discapacidad. El bar cultural cerró y el hecho permanece impune.

Nicolás Jaworski habla con Barullo en la puerta de La Tornería un lunes al atardecer, con movimiento constante porque un grupo de niñas entra y sale de su clase de acrobacia en tela. Un papá lo saluda y le pregunta qué se podrá ver el fin de semana. El coordinador de este espacio poco común, en la frontera de los barrios La Guardia y Tiro Suizo, le pide que se fije en las redes de la sala porque allí figura la programación, siempre cambiante.

“Vivimos de los eventos que hacemos viernes y sábado (música, teatro) pero la cosa viene muy floja, muy tranqui. Después de las vacaciones de invierno se empezó a mover un poco más porque lo visibilizamos bastante. Laburamos como locos para funciones a la gorra, tratando de educar que la gorra no es un vuelto, no es lo que sobra. Por ahora resistimos hasta que vengan tiempos mejores”, dice Jaworski sobre la que considera irónicamente “la tercera pandemia” (por las restricciones que le impone el gobierno mileísta al mundo de la cultura, sin subsidios ni apoyos, porque aumentan las tarifas de impuestos y servicios, porque los vecinos tienen menos o ninguna plata en el bolsillo).

El actor y director no participó de la movida que derivó en la nueva ordenanza sobre ECI pero se ilusiona con mayor reconocimiento y estabilidad “para laburar” por aquello a lo que apostó hace cinco años, al desmontar el taller que fue de su padre y antes de sus abuelos, donde él mismo trabajó como metalúrgico. “Si hubiera puesto una cochera tendría un ingreso seguro. Pero quise abrir un centro cultural”, sonríe con la tranquilidad de quien ha abrazado un destino.

Jaworski siempre vivió en la cuadra, donde actualmente reside con su familia entre otros galpones y casas bajas. “Estamos tratando de interesar a los vecinos y de estirar la ciudad para el sur. Ojalá algún día haya más lugares”, desea y menciona que a veces charla con músicos que van a tocar a su escenario y se muestran sorprendidos. “Che, la verdad que no conocía, es relinda la zona”, le dicen. Cambiar el chip de que a la agenda cultural sólo se accede en el centro e integrar la ciudad aparecen en el discurso. Porque también son deudas pendientes.

“Para nosotros que exista oferta cultural fuera del centro es muy importante; pensar la nocturnidad en los barrios, que haya propuestas más chicas, familiares, como la milonga, la peña, hace a nuestro desarrollo”, coincide Caruana y estima que se abre un tiempo para debatir “de qué manera un club, una vecinal, instituciones que ya están en los barrios, pueden proponer actividades que faciliten los encuentros, espacio para los artistas locales”. La reciente ordenanza es para el concejal “un paso, una aproximación”. Ex secretario de Salud con vasta trayectoria en la Municipalidad y conocimiento del territorio, cuenta que cuando recorre las zonas más alejadas les pregunta a los chicos y jóvenes de qué manera se divierten o comparten sus momentos de ocio durante los fines de semana, por la noche, “y nos dicen que se quedan adentro de una casa porque no hay nada para hacer”. Caruana se pregunta: “¿Cómo nos constituimos como sociedad? No sólo en el trabajo y en el deporte, también en el encuentro con un amigo en lugares comunes, frecuentes. Podemos problematizar estas cosas más barriales, de otra capilaridad”.

“No somos un boliche ni una sala grande de conciertos; no formamos parte de ninguna cadena, de ninguna franquicia. Somos espacios de tamaño y escala pequeña, con audiencias pequeñas y generalmente sin fines de lucro”, insiste Canalda, uno de los voceros de la asamblea quincenal Reci, cuyas sedes de reunión son rotativas. “A los ECI los llevan adelante personas independientes sin una productora o un empresario detrás. El eje no es la ganancia, la apuesta es a la comunidad. Queremos contribuir al circuito cultural, por eso las palabras red y solidaridad son fundamentales”, define sobre las conversaciones que mantienen quienes ya están aglutinados, con oficios diversos y edades que van de los veinte a los cincuenta años.

Aunque desde luego son o podrían ser muchos más: los que todavía no se enteraron; los que funcionan a puertas cerradas por carecer de habilitación, y con el paraguas de la primera legislación en la materia podrían regularizarse; las bibliotecas populares o los clubes sociales de los barrios que encuadren como ECI. Para ello, todos deben inscribirse en un Registro. Eso implica presentar ante la Secretaría de Cultura un esquema de programación trimestral, con un mínimo de doce actividades culturales al mes en el periodo de marzo a diciembre, de las cuales dos deberán ser gratuitas, distribuidas con diversidad horaria. Al finalizar el año, cada ECI presentará un balance de los eventos efectivamente realizados. Para evaluar la propuesta, la autoridad de aplicación verificará que al menos el sesenta por ciento de la programación incluya artistas o números locales.

Por lo pronto en la ciudad no faltan ni músicos, ni actores, ni poetas, ni dibujantes ni bailarines, y la lista de disciplinas sigue, para nutrir esas grillas. Las nuevas generaciones, aunque quizás no la tarareen, parecen dispuestas a refutar una estrofa del famoso tema de Lalo de los Santos: “Rosario es el arte y su condena / cuando sabe que la indiferencia lo va a perseguir / y como tantas mis manos se hartaron de golpear las puertas / y por no derrumbarme con ellas, me tuve que ir”. Quedarse, ampliar los públicos, democratizar, apostar a lo presencial, son desafíos que se plantean en el campo cultural, aunque no todo pueda resolverse en su seno.

“Amamos a Rosario por la cercanía, porque podés recorrerla incluso en bici. Tenemos que habitarla, habitar la noche como pasa en Córdoba, donde hay gente circulando de siete de la tarde a siete de la mañana”, sigue Canalda, y entre los pendientes o irresueltos de la Cuna de la Bandera menciona los traslados, sobre todo nocturnos, ya que “hay momentos en que los colectivos directamente no pasan, no conseguís taxis. ¿Cómo pensar en un polo cultural en un sector de una ciudad cosmopolita y con desarrollo turístico, si no hay forma de moverse? Una de las razones por las que funciona Pichincha es porque está en el medio de la ciudad, está accesible”, analiza, y aclara que si bien tiene infraestructura por la gran cantidad de bares, el antiguo barrio desarrollado alrededor de la estación Rosario Norte es un polo gastronómico, no cultural.

“Sobre todo desde marzo, cuando hubo una seguidilla de asesinatos, nos cuesta retomar. Y eso que estamos a una cuadra de San Martín, en zona comercial, un lugar que se mueve mucho”, comenta Jaworski de La Tornería, cuya sala además incluye bar. No hay otro espacio similar con el que pueda hacer ecosistema en el lejano sur, salvo el ya tradicional centro cultural La Grieta, de Centeno al 1700, en el barrio Domingo Matheu. Lamentablemente la vida de El Galpón Tablada, de 1º de Mayo al 3000, fue efímera. Sí se encuentran las propuestas de una institución como La Vigil o las oficiales del Distrito Sur y Casa Arijón.

Si para algunos, el show debe seguir, para otros recién está empezando.

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