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Haz lo correcto

La historia de Liliana Dip, la primera mujer egresada de una escuela técnica de Rosario de la que tenga registro el Ministerio de Educación.

I. La valentía como bandera

Liliana Dip fue la primera mujer egresada de una escuela técnica de Rosario de la que tenga registro el Ministerio de Educación. La única chica entre 700 alumnos del Colegio Industrial que se recibió de técnica mecánica en 1983. A sus compañeros les entregaron el diploma sus profesores, a ella su mamá. A juzgar por la manera en que la trataron durante los años de cursado, es probable que ninguno de sus docentes quisiera entregarle el título. Pero a Liliana eso no le importó. Al contrario, recibió como un regalo de la vida aquel abrazo con su madre. Pasaron casi cuarenta años y se emociona mientras lo recuerda. Saca un pañuelo de su guardapolvo azul y se seca las lágrimas.

Dip fue a contramano del sistema educativo en su adolescencia y a los 56 años conserva ese mismo espíritu. “Decidí estudiar técnico proyectista de máquinas y herramientas en la Escuela Industrial Nº 199, donde sólo admitían a varones, porque me emocionaba pensar en crear máquinas que pudieran mejorar la vida de la gente. Era un colegio religioso y como yo era la única mujer me tomaron numerosos exámenes de ingreso. En casi todos me saqué diez, y el sacerdote rector me aceptó con la condición de que «no perdiera la ética»”, recuerda. Paradójicamente, dentro de la institución quienes no fueron éticos fueron sus instructores.

“Tuve algunos profesores muy crueles: si un varón se equivocaba en una rayita del dibujo técnico, le dejaban borrar. Pero a mí me rompían la hoja entera y me obligaban a hacer todo de nuevo. O si yo me sentaba en un lugar, mis compañeros se corrían a la otra punta, así que a todos los trabajos prácticos los hice sola.  Fue una época muy difícil”, cuenta. Durante siete años la comunidad educativa le dijo de todas las formas posibles que su lugar estaba en otro lado. Pero ella siguió. “Yo estaba muy segura de lo que quería ser”, dice sonriendo, sin ningún atisbo de resentimiento.

Tan pronto obtuvo el título, Liliana empezó a buscar trabajo como técnica mecánica. Pero su condición de mujer volvió a marcarle la cancha. Fue a matriceras, a tornerías, a Acindar, a cuanta fábrica pudo con la ilusión de quien va a cumplir un sueño. En todas la rechazaron. “Me ponían una excusa ridícula: que no había baño para mí y que por eso no podían tomarme”, recuerda abriendo los ojos azules y levantando los hombros. Suspira. Un día dejó de tocar puertas.

Cuando sintió que la posibilidad de crear las máquinas que ella tanto había soñado se desdibujaba demasiado, dio sus primeros pasos como docente del taller de carpintería en escuelas primarias. Trabajar era una necesidad imperiosa en su casa, donde su mamá criaba sola a siete hijos y Liliana era la mayor. Esta decisión también sería innovadora. Sin proponérselo se convirtió en la primera maestra carpintera de Rosario y eso implicó transitar un camino espinoso. Porque ese taller estaba reservado desde hacía mucho tiempo a los hombres.

“Que sepa tejer, que sepa bordar, que sepa abrir la puerta para ir a jugar”… La canción infantil resumió muy bien el rumbo de generaciones enteras de mujeres, nacidas para estar al servicio de labores domésticas no remuneradas. Y para cerciorarse de que estuvieran listas para el papel asignado, las escuelas primarias en la provincia de Santa Fe dictaban una materia denominada Labores, luego Actividades Prácticas, donde se reproducía en el aula aquello que se esperaba de los alumnos en la vida: las nenas aprendían bordado, tejido y corte y confección, los varoncitos carpintería, herrería y mimbrería. Ir a contramano era considerado un acto de rebeldía. Y justamente eso hizo Dip.

Tan pronto irrumpió en el aula se propuso romper con el modelo impuesto y nunca separó los contenidos de la materia por género. “Yo era un poco rebelde, me gustaba que mis alumnos y alumnas aprendieran juntos. Siempre tratamos de ver cuál era la carencia en el hogar y suplir esa necesidad con el uso de herramientas”, cuenta.

Inició su carrera docente en 1985, tiempos en que la democracia florecía con esperanza y los ciudadanos se apropiaban poco a poco de sus derechos. Pero la igualdad de género dentro y fuera del aula sería una materia pendiente por décadas. De hecho, cada vez que un varón maestro carpintero reclamaba la titularidad del cargo en una escuela, Liliana era desplazada sistemáticamente. Así, durante años pasó por más de treinta escuelas. Sí, treinta. “Incluso tuve que irme fuera de Rosario, a Arroyo Seco y Villa Constitución para poder trabajar, porque siempre preferían que el docente de carpintería fuera un hombre”, explica.

Mientras era trasladada de una escuela a otra, Liliana se concentraba en seguir con el modelo de educación igualitaria que creía justo. Hoy lo sigue haciendo en la carpintería de la Escuela Nº 1235 Constancio Vigil. “Me siento muy orgullosa de ser la maestra carpintera”, sentencia.

Sus clases de carpintería son sencillas y prácticas. Asisto a una subiendo las escaleras de la Vigil y no dejo de preguntarme a quién podría molestarle que una mujer utilice herramientas rusticas para diseñar muebles u otros objetos. Por qué razón irritaría a alguien este espacio lúdico de aprendizaje manual. Ahora, por ejemplo, las chicas y chicos de quinto grado están haciendo un posapavas con madera terciada gracias a dos instrumentos: una caladora de banco y una máquina universal. La docente insiste en que se coloquen lentes para protegerse del aserrín y en que lijen bien los bordes.

En eso está Maite, de diez años, lijando el excedente, cuando le pregunto si sabe que su profe fue cuestionada por enseñar carpintería, que en muchas escuelas preferían a un varón en esa clase y le decían que se fuera.

—No. Pero eso está mal. Las mujeres pueden hacer lo que quieran —responde sorprendida.

Las mujeres pueden hacer lo que quieran, dice esta alumna de Tablada, sin detenerse a pensar en el peso específico de sus palabras. La clase también ahonda en proyectos tecnológicos, como una mano robótica o un minimolino que funciona con un dínamo y es capaz de generar energía eléctrica “porque en el barrio la luz se corta a cada rato”.

Le pregunto si esa chica de trece años que se paraba embelesada frente a las grúas de las obras de construcción y soñaba con crear otras máquinas que cambiaran la vida de la gente sigue ahí. Liliana responde que sí, que incluso cursó hasta tercer año de la facultad de Ingeniería Mecánica pero se le terminó el dinero. Igual, las puertas que se cerraron no impidieron abrir otras. “Mis alumnas tienen mucha imaginación. Nunca la pierden, ¿sabés?”, responde convencida.

Mientras enseñaba carpintería en treinta escuelas, Liliana tuvo dos hijos. “Duré apenas dos años y medio casada. No me gustaba que me faltaran el respeto porque la persona que te lo falta una vez lo va a hacer siempre. Un día le dije a mi marido que mejor se fuera. Y crié a mis hijos sola”, explica con el mismo tono de voz calmado con el que dicta sus clases.

Sofía Cuello, su hija, tiene 25 años y también es maestra. Escucha atenta la entrevista en la sala de tecnología donde el mate pasa de mano en mano y mitiga un poco el frío. Por momentos lagrimea y entonces dice: “Mi mamá me enseñó a ser una docente comprometida, a poner la mano en el bolsillo y comprar materiales, o ropa, o lo que les hiciera falta a los alumnos, pero sobre todo me enseñó ser una mujer valiente”.

II. La evolución de la materia

Labores, luego llamada Actividades Prácticas, fue una materia en la que se enseñaban técnicas, pero que sobre todo imponía roles. Con el paso de los años se transformó en un espacio artístico e igualitario.

 “Hubo un tiempo en el que el sistema educativo era discriminatorio. A la hora de pasar lista de asistencia primero se leía el nombre de los varones, luego el de las chicas”, recuerda la supervisora de Educación Tecnológica de Rosario, Griselda Morales. Romper ese esquema de postergación esquematizada en la educación pública llevó tiempo.

Según estaba establecido en la currícula, la maestra de Actividades Prácticas debía dar clases a las nenas y el maestro tallerista a los varones. “Era un sistema de discriminación por género, fundado en la adquisición de técnicas donde se apuntaba a una mujer que trabajaba en su casa”, explica.

Desde hace mucho el movimiento feminista señala que las labores domésticas que recaen sobre la mujer como una imposición cultural es trabajo no remunerado.  Durante su reciente paso por Rosario, la socióloga, historiadora e investigadora Dora Barrancos reflexionó sobre el tema y dijo con ironía: “Qué interesante sería si todas esas personas que han consagrado la idea de que las amas de casa realizan tareas no remuneradas por amor o abnegación, dispusieran una insurgencia tal como una huelga general por tiempo indeterminado. El trabajo doméstico está representando probablemente entre el 23 y el 25 por ciento del producto bruto interno (PBI) del país. Se lo ha llamado con acierto la esclavitud femenina”.

La sentencia de esta referente del movimiento feminista llega en un momento en el que el sistema educativo intenta adecuarse desde la currícula a la ruptura de los roles históricamente impuestos. Al menos desde ese espacio aleccionador que por años cumplió la función de preparar a sus alumnas y alumnos para un reparto inequitativo del trabajo no remunerado en una misma casa.

Hace un cuarto de siglo Actividades Prácticas desapareció gracias a la implementación de la Ley Federal de Educación. El sistema asignó un nuevo nombre a la materia, Educación Tecnológica, y exigió que la aprendieran chicos y chicas en un mismo ámbito, sin distinción de género. “Sin embargo, durante años se siguieron dictando contenidos distintos en una misma aula. La convivencia entre la docente de labores y el maestro tallerista era difícil, casi ninguna escuela confluía en un proyecto común entre ambos”, explica Mariana Mujica, otra de las supervisoras de la Región Sexta del Ministerio de Educación. El sexismo se seguía reproduciendo. Pero aseguran que hoy eso es cosa del pasado.

Desde su implementación, Tecnología se divide en dos partes. Por un lado los saberes, la posibilidad de hacer bocetos y diseños. Y por el otro los recursos, herramientas y máquinas que se utilizan para resolver una situación problemática. El disparador siempre es la resolución de un conflicto. Y ese conflicto puede ser artístico o doméstico.

En la clase de tecnología que dicta Liliana Dip en la Escuela República de Perú, por ejemplo, un puñado de alumnos y alumnas de apenas seis años se sientan en ronda frente a las netbooks sobrevivientes del programa Conectar Igualdad para compartir un audiolibro. Luego ella les propone que graben su propio audiocuento utilizando los micrófonos de las computadoras. Se escuchan, reconocen sus voces, crean. Por encima del cuento que va naciendo, una larga soga atraviesa la sala. De ella cuelgan dibujos confeccionados con tapas de botellas, botones, lápices de colores, hilos…

Pero no todas las propuestas son iguales. “En mi clase proponemos experiencias grupales donde chicos y chicas comparten actividades como pelar papas, hacer jugo de naranja, ensaladas u otras tareas utilizando distintas herramientas y electrodomésticos”, explica Rebeca Luna, docente de Tecnología de la ciudad de Santa Fe desde hace veinte años. Luna admite que la materia se ha ido transformando radicalmente. Incluso abordan contenidos transversales a todas las materias, como la Educación Sexual Integral (ESI). Desde hace años el movimiento feminista propone la revolución doméstica. Es decir, “que ellos no ayuden o cooperen, sino que se hagan cargo del trabajo doméstico y el cuidado de los hijos”, señala Barrancos. Eso permitiría por ejemplo que a la hora de ser madres las mujeres no queden estancadas en su carrera laboral por tener que ser las principales cuidadoras, sino que haya real equidad de oportunidades. Y en ese sentido el sistema educativo formal puede hacer mucho por promover el cambio cultural necesario. “Hoy la escuela pública está a la altura de las circunstancias”, afirma Griselda Morales.

Fotos: Sebastián Vargas

Publicado en la ed. impresa #04

Por Evelyn Arach

Periodista. Pasé por AM, FM, TV por cable, TV abierta, grafica… Y en todos lados aprendí algo. Actualmente trabajo como cronista y editora en Telefe Noticias Rosario y colaboro con el diario Rosario 12. Autora del libro Crónicas de la calle, publicado en junio de 2019, creo que el periodismo es un oficio que sólo puede ejercerse responsablemente con sensibilidad, empatía y compromiso. Admiro a quienes lo intentan. Busco historias por contar.

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