En 1984, la mítica editorial Último Reino publicaba la primera edición de Contéstame baila mi danza, con poemas de seis norteamericanas contemporáneas en versión de su traductora, la gran Diana Bellessi, sin duda una de las poetas argentinas más valoradas. Una reedición ampliada de esta obra se publicó en Caracas en 1995 bajo el título Diez poetas norteamericanas.
Muriel Rukeyser, poeta, dice de sí misma que vivió en el primer siglo de las guerras mundiales y es justamente en ese convulsionado mundo de la Guerra Fría que Diana realizó su enorme peregrinación recorriendo a pie toda América, entre los años 1969 y 1975, durante la cual tuvo ocasión de escuchar diciendo sus poemas a Muriel y a otras tantas poetas. Fuentes autorizadas me señalan que este periplo dio lugar a la edición original del libro que en su nueva presentación ya no tiene seis ni diez, sino trece muestras de la poesía de otras tantas poetas, todas norteamericanas, todas mujeres.
Aún suenan en mí las palabras que Ingrid Proietto leyó en voz alta durante la presentación: “La traducción –dice Bellessi en el prólogo– exige también dar cauce a través de la emoción propia, a pensamientos y emociones de una voz ajena”.
Sería ingenuo pensar en aquella edición original de 1984, en pleno entusiasmo por el fin de la negra noche de la dictadura y el impacto del Nunca más, sin valorar su dimensión política, poética e ideológica. No es arriesgado considerar que las seis autoras que seleccionó originalmente Bellessi compartan un espíritu rebelde, un lenguaje potente, una historia común, pero sobre todo, sus voces diversas de mujeres. Sin ánimo de discutir sobre la dimensión de género, creo que se puede pensar al libro como un diálogo político, artístico, incluso cultural, pero con mucho más peso; cabe considerarlo como un diálogo de género, de asamblea entre pares, donde debaten la traductora poeta y sus camaradas norteamericanas, cada quien desde su propia lengua, compartiendo ya una sola subcultura imbricada en una trama mucho más compleja, pero transparente, permeable a la poesía.
Así el libro se abre con un ensayo titulado Género y traducción donde Diana Bellessi confiesa que la tarea central de su vida ha sido la escritura del poema, que vendría siendo algo que aparece primero como ritmo y recién después, en su manera propia, despliega significados. “La traducción como alteridad del cuerpo respirando la música de otra lengua”, apunta.
Enorme y difícil tarea esta traducción, este diálogo que acrecienta su valor en la nueva edición bilingüe de más de seiscientas páginas para atesorar. El carácter bilingüe de la obra destaca este valor: Bellessi no ha temido exponer su versión al contraste con los originales y todo lector, cada lectora, pueden justipreciar con su propia vara la encantadora traducción bellessiana midiéndola con las versiones en inglés.
¿Qué clase de correspondencia maravillosa y oscuramente indeleble es la que une los textos originales a la versión de Diana si no es la hebra fina, delicada, tenaz y fuerte que constituye siempre y en todo lugar a la poesía? Estas y otras preguntas rondan mi cuerpo y espíritu mientras sigo buceando sus seiscientas y tantas páginas, poesía para un largo rato.