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Barullo en papel Columnas

La pura verdad

Desde Madrid, Miguel Roig recuerda al gran escritor Raymond Carver y su paso por Rosario.

En España acaba de publicarse la poesía completa de Raymond Carver (Todos nosotros, Anagrama, 2019). Aparece, cómo no, en la tercera parte del libro, el poema Cubertería (Cutlery). No es mala la traducción de Jaime Priede, pero no tiene la fuerza y la precisión de otra versión, publicada anteriormente en Rosario y realizada por Mirta Rosemberg y Daniel Samoilovich (Rosario ilustrada, guía literaria de la ciudad, Editorial Municipal de Rosario, 2004).

Me preguntan, aquí, en Madrid, algunos amigos escritores, por la curiosidad de este poema, rareza basada en el hecho de que Carver menciona a Rosario.

Cuando Carver estuvo en Argentina aún su obra no había sido traducida al español, cosa que hizo la editorial española Anagrama recién en 1986 cuando publica Catedral, es decir, dos años después de aquel viaje. Esta es la razón –absoluta ignorancia de mi parte, sin más– por la cual yo no asistí a esa lectura ya que había sido invitado por una amiga, profesora de la Facultad de Letras. Mi memoria ubica el encuentro en el Jockey Club de Rosario, pero parece que no fue así. Según la poeta y crítica de arte Beatriz Vignoli la lectura de la pareja fue en el salón de actos del Normal Nacional Superior en Lenguas Vivas.

En España acaba de publicarse la poesía completa de Raymond Carver (Todos nosotros, Anagrama, 2019). Aparece, cómo no, en la tercera parte del libro, el poema Cubertería (Cutlery). No es mala la traducción de Jaime Priede, pero no tiene la fuerza y la precisión de otra versión, publicada anteriormente en Rosario y realizada por Mirta Rosemberg y Daniel Samoilovich (Rosario ilustrada, guía literaria de la ciudad, Editorial Municipal de Rosario, 2004).

Me preguntan, aquí, en Madrid, algunos amigos escritores, por la curiosidad de este poema, rareza basada en el hecho de que Carver menciona a Rosario.

Cuando Carver estuvo en Argentina aún su obra no había sido traducida al español, cosa que hizo la editorial española Anagrama recién en 1986 cuando publica Catedral, es decir, dos años después de aquel viaje. Esta es la razón –absoluta ignorancia de mi parte, sin más– por la cual yo no asistí a esa lectura ya que había sido invitado por una amiga, profesora de la Facultad de Letras. Mi memoria ubica el encuentro en el Jockey Club de Rosario, pero parece que no fue así. Según la poeta y crítica de arte Beatriz Vignoli la lectura de la pareja fue en el salón de actos del Normal Nacional Superior en Lenguas Vivas.

El Jockey Club entra en juego porque es uno de los lugares que cita Carver en el poema. El periodista Víctor Cagnin escribió una novela, El poeta perdido entre martes y jueves, en la que describe un almuerzo imaginario de Carver con el poeta Gary Vila Ortiz, el escritor Jorge Riestra y el periodista Jorge Lanata. El narrador de la novela avisa del parecido de Carver con Roger Moore, cosa que a Vignoli le parece una exageración ya que lo recuerda como a un hombre gris: “El hombre era como la voz. Todo cuadrado, todo gris. Tenía el traje gris, plano, liso. El pelo gris. La piel gris. Los ojos grises. Unos anteojos verdosos, grandotes, de miope, enormes, cuadrados. Era todo cuadrado y gris”. Ese día, lo que le gustó a Vignoli fue la presencia de Tess Gallagher y no la de Carver, con quien confiesa haberse dormido porque el escritor leyó un cuento monótono en el que el narrador se limitaba a decir “ella dijo” a lo que seguía una frase del personaje femenino para repetir la fórmula hasta la somnolencia.

Carver, además de visitar muchos sitios como escritor consagrado, estuvo también en Zurich. Tanto la ciudad suiza como Rosario, aparecen en sendos poemas que poco tienen que ver con el lugar como espacio físico y mucho como sitio moral.

En Cubiertos, Carver rememora una tarde, pescando en un río de su país, cuando un gran salmón picó, Y salió entero afuera del agua. Pareció pararse/ sobre su cola. Después volvió a caer y se fue./ Temblando, seguí hasta el puerto como si nada/ hubiera pasado./ Pero había pasado./ Y pasó tal cual lo acabo de contar.

Esto lo recuerda Carver frente a otro río, el Paraná, en la costa rosarina. Lo trae a ese presente, porque, según describe en el poema, anhela que algo se levante y salpique./ Quiero oírlo, y seguir adelante. Carver quiere una revelación: aquello que Keats definió como “la belleza es la verdad, la verdad belleza”. Joan Miró decía que el artista es el único trabajador que se levanta por la mañana sin saber qué tiene que hacer y la jornada se convierte en espera. Aguardando la verdad. Que se levante, se deje ver, oír, y seguir.

Cuenta Carver en su poema “En Suiza”, que en Zurich solía ir en tranvía hasta el cementerio para fumar ante la tumba de James Joyce, allí enterrado, y escuchar el rugido de los leones del zoo vecino. Cuando éramos niños, en Rosario, nos gustaba ir al parque Independencia, donde entonces había un zoológico, para aguardar en las inmediaciones el rugido del único león que había allí en cautiverio. En Zurich, en este entorno, el poeta reflexiona: Todos nosotros, todos nosotros, todos nosotros/ intentando salvar/ nuestras almas inmortales por caminos/ en algún caso más sinuosos y misteriosos/ aparentemente/ que otros. Estamos/ pasándolo bien aquí. Pero con la esperanza/ de que todo me sea revelado pronto.

En Rosario, aquellos niños, casi adolescentes, a principio de los setenta, mientras escuchábamos al viejo león rugir, también alimentábamos la esperanza de que todo nos fuera revelado. Muchos años después, todavía seguimos aguardando “que algo se levante y salpique”. Y así, poder seguir adelante.

Cuando Carver estuvo en Argentina aún su obra no había sido traducida al español, cosa que hizo la editorial española Anagrama recién en 1986 cuando publica Catedral, es decir, dos años después de aquel viaje. Esta es la razón –absoluta ignorancia de mi parte, sin más– por la cual yo no asistí a esa lectura ya que había sido invitado por una amiga, profesora de la Facultad de Letras. Mi memoria ubica el encuentro en el Jockey Club de Rosario, pero parece que no fue así. Según la poeta y crítica de arte Beatriz Vignoli la lectura de la pareja fue en el salón de actos del Normal Nacional Superior en Lenguas Vivas.

Publicado en la ed. impresa #02

Por Miguel Roig

Escritor y periodista rosarino que reside en Madrid. Es coeditor de la Revista Socialista y socio fundador de Mongolia, revista satírica mensual española. Escribe una columna en el diario.es y en Perfil. Sus últimos libros son El marketing existencial (Península, 2014) y Conversaciones con Alberto Garzón (Turpial, 2016).

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