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La oscuridad

El 13 de enero de 2012 el crucero Costa Concordia de la compañía italiana Costa Crociere dejó de flotar. Ese día la nave encalló, abrió en su casco numerosas vías de agua de grandes dimensiones y quedó fuertemente escorada en aguas someras frente a la isla italiana de Giglio, en la costa de la Toscana, en el mar Mediterráneo, con las graves consecuencias de 32 muertos y 4198 evacuados. Vicente Verdú analizó la tragedia en un largo artículo publicado por el periódico El País yen su reflexión leyó la conducta del capitán como una cifra de nuestro tiempo que se repite en políticos, empresarios, en fin, en los gestores del sistema.

Meses antes de la tragedia se había estrenado Film Socialisme de Jean-Luc Godard.

Film Socialisme, película de Godard

La mayor parte del film, desde su inicio, está rodada en un crucero. La nave atraviesa el Mediterráneo en un viaje real y virtual que abarca Barcelona, Hellas, Egipto, Palestina y Nápoles. A bordo descubrimos al filósofo Alain Badiou dando una conferencia en una sala vacía del barco como probablemente hayan estado las escasas salas de cine donde se exhibió la película. Otra pasajera, Patty Smith, deambula por la cubierta o cruza uno de los salones del barco rasgando su guitarra y canturreando algo ante la total indiferencia de los demás turistas. Una mujer soviética se obsesiona con el destino del oro español que viajó a Moscú durante la República y parte del cual fue saqueado. La escena también es habitada por un criminal de guerra, un espía, un diplomático palestino y distintos personajes que se separan de la multitud a bordo para dejar una reflexión o un apunte y volver a confundirse en el montón. «Dirijo un seminario: creación monetaria y creación literaria», dice alguien. «No quiero morir sin volver a ver feliz a Europa», suspira otro pasajero. «Esta pobre Europa», se oye un lamento. «Piensa bien por qué luchas porque podrías obtenerlo», advierte otra voz. Un joven fotógrafo, que entra y sale de escena, en un momento enfrenta a la cámara y se pregunta: «¿Qué causa la luz?». Y la respuesta que aventura podría ser la trama de la película: «La oscuridad».

La oscuridad de este tiempo atraviesa todo el film y viaja en esa nave cuyos pasajeros van por la vida a oscuras, a la deriva en un barco que también lo está a pesar de seguir un trayecto fijado. Atolondrados frente a las máquinas del casino del barco; narcotizados en la discoteca de noche o entregados a la mística de una misa oficiada en la misma discoteca de día; esperando en la cola del desayuno o compartiendo, hacinados, la comida en un correlato con tedio y sin ansia de un comedor social para inmigrantes; practicando en masa una sesión desprolija de aeróbic o cayendo ebrios en la piscina. La misma oscuridad a bordo que en tierra firme en esa Europa que Godard dice que no hay que hacer ni construir porque está hecha hace mucho tiempo. Esa es la gente que no se ve en las fotos de la tragedia ya que solo se ocupan de la nave, lentamente hundiéndose en el mar.  Pero la gente está en las imágenes; la gente que nos retrata a todos. Y la pude ver cuando, al volver a visionar la película, tiempo después, al llegar a un puerto, los pasajeros comienzan a descender y en el lateral de la escalera se lee el nombre del crucero: Costa Concordia. Godard rodó el film en 2010, dos años antes de que la nave naufragara.

El barco hundido de las fotos, el mismo en el que ha filmado su obra Godard, está en el fuera de cuadro de la película ratificando su tesis, explicando la tragedia: la imagen que narra el quiebre que vivimos y también una manifestación tangible del concepto de liquidez que desarrolló Zygmunt Bauman para explicar la anatomía de nuestro tiempo.

Jonathan Balaban, rosarino, estudiante de odontología de 23 años, viajaba con su novia en el Costa Concordia. Contó, en su día, que «hubo gente que no logró estabilizarse y cayó al agua. Todo el tiempo nos decían que nos quedásemos tranquilos». Balaban, quien quizás hoy sea odontólogo en Rosario, hablaba del Costa Concordia pero, como reflexionaba Verdú, también se puede leer desde el lugar en el que estamos parados y muchos, demasiados, no consiguen estabilizarse.

Por Miguel Roig

Escritor y periodista rosarino que reside en Madrid. Es coeditor de la Revista Socialista y socio fundador de Mongolia, revista satírica mensual española. Escribe una columna en el diario.es y en Perfil. Sus últimos libros son El marketing existencial (Península, 2014) y Conversaciones con Alberto Garzón (Turpial, 2016).

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