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Barullo en papel

Dibujos en primera persona

Por Juan Facta

Algunas personas fuman, yo dibujo. Para mí dibujar es más que un  hábito, es un vicio saludable, una forma de vida que me ha acompañado desde siempre.

Desde pequeño, el dibujo ha sido una constante en mi vida. Recuerdo estar horas dibujando piezas mecánicas que yo mismo diseñaba para fabricar mis propios juguetes. Esa pasión por crear con mis manos me marcó, y el dibujo se convirtió en mi compañero inseparable.

Con el tiempo, decidí seguir ese camino y formarme en arquitectura, primero en una escuela técnica y luego en la Facultad de Arquitectura. Allí, el dibujo no solo me sirvió para proyectar ideas y espacios, sino también como una herramienta para entender mejor las ciencias exactas, la historia y las disciplinas sociales. Descubrí que, a través del dibujo, podía resumir conceptos complejos, crear mi propio relato, y sobre todo, expresar mis pensamientos de una manera visual y personal.

Años más tarde, un viaje a Europa cambió mi vida. Fue un momento decisivo, donde la pasión por la arquitectura se intensificó al respirar el arte y la historia de cada ciudad que visitaba. Empecé a dibujar a mano alzada las ciudades y paisajes que me rodeaban, transformando esos registros en recuerdos imborrables. Descubrí la belleza de los rincones urbanos que a menudo pasan desapercibidos, pero que con la paciencia y el tiempo necesarios revelan su esencia.

Dibujar en esos momentos no solo era una forma de capturar la realidad, sino de conectarme profundamente con el entorno, en una especie de meditación activa en medio del caos de la ciudad.

De regreso a Argentina, me enteré de un curso de dibujo en el Túnel del Colegio de Arquitectos de Rosario, y allí fui. Fue un encuentro fundamental en mi vida, porque conocí a Ariel Giménez Rita, el Flaco, arquitecto y fundador del Taller Experimental de Croquis. Este no era solo un taller donde aprendíamos a dibujar; era un espacio de conversación sobre arquitectura, arte, historia, urbanismo y muchas otras disciplinas. Ariel me invitó a colaborar en el taller siguiente y así pasé cinco años a su lado, rodeado de personas increíbles: artistas, arquitectos y pensadores que marcaban la diferencia en lo que hacían. Fue un tiempo de crecimiento y aprendizaje constante.

Luego vinieron las primeras oportunidades: mi primera muestra individual de dibujos de viaje en el Túnel del Colegio de Arquitectos, las tapas coleccionables para la revista de arquitectura BIO, con ilustraciones de edificios emblemáticos de Rosario, y encargos personalizados de cuadros urbanos. También comencé a colaborar con estudios de arquitectura para plasmar sus ideas en etapas proyectuales y ayudarles a comunicar mejor sus conceptos a los clientes. Las charlas en la Facultad de Arquitectura, los workshops y la invitación a formar parte de un equipo de profesionales para capacitar a docentes en escuelas agrotécnicas fueron solo algunas de las experiencias que me mostraron lo lejos que podía llegar con el dibujo.

Hoy una Rotring, una libreta A5, una caja de acuarelas y un water pencil forman parte de mí. Cada dibujo es un registro de vida, una extensión de mis vivencias. Me dedico por completo a esta pasión, creando obras que tienen un valor sentimental profundo, especialmente para aquellos que buscan inmortalizar su ciudad o edificio favorito en un dibujo único. Muchos me contactan desde el extranjero para llevarse un pedazo de su ciudad natal o para hacer un regalo especial. El arte, para mí, es una forma de conectarme con la gente, y disfruto mucho viendo cómo mis dibujos impactan en quienes los observan.

“El dibujo abre puertas”, me dijo una vez el Flaco Ariel. Y hoy, cada día, tengo el privilegio de vivir esa verdad, explorando las infinitas posibilidades que este camino me ofrece.

Web: www.juanfacta.com

Instagram: @juanfacta

Por Redacción Barullo

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