Categorías
Barullo semanal

Cuando pase la noche

Nos llegó la noche. Pasamos la conmoción y nos golpeó con la certeza de tu ausencia.

Nos llegó la noche y entendimos que te lloramos demasiado tarde, Diego. Nuestras lágrimas cargan culpas.

Ayer me preguntaba si alguna vez fuiste feliz. Seguramente, esporádicamente, lo habrás sido. Sé, también, que hicimos todo lo posible por evitarlo.

Te asfixiamos, juzgamos y perseguimos. Te convertimos en el blanco perfecto de nuestra argentinísima bipolaridad de amor-odio.

Te pretendimos impoluto, cordial, mesurado, apenas pícaro, moderadamente rebelde. Ansiamos moldearte como la imagen perfecta de la superación y el progreso.

Te expusimos sin darte cobijo: cuando el mundo se volvió para vos indistintamente intransitable, no supimos resguardarte, brindarte calma en tu tierra.

Nos convertimos en un pueblo espectador de las sanguijuelas, del periodismo caníbal, del morbo. Les dejamos hacer mientras te veíamos gambetear la muerte. Celebrando tus resurrecciones, sí, pero con la fusta en la mano. Condenando tus desvaríos y contradicciones, aborreciendo tus creencias e ideologías. Porque vos, Diego, cometiste un error humano: no se equivocan los dioses que callan.

A vos, que nunca te escondiste, que no amagaste renuncias caprichosas, que lloraste, peleaste y sangraste cargando la diez, no te permitimos ser libre en tu propia patria.

No toleramos que fueras comunista, peronista, adicto, borrachín, mujeriego, desbocado. Miramos la mierda allá arriba, en el bronce, para no oler la bosta en nuestro patio. Fuiste el chivo expiatorio de nuestras miserias.

En un país donde la vara fluctúa embadurnada de hipocresía, te pedimos siempre más cuando ya lo habías dado todo.

¿Quién te erigió como portador de los valores nacionales? ¿Quiénes diseñaron tamaño crucifijo? ¿Por qué nunca te liberamos de esa carga?

A cambio de tanto egoísmo, nos dejarás para siempre tus vuelos, tu ingenio, tu corazón en los más débiles y tu voz apuntando a los poderosos. Tu humildad para confesar amor en el ‘86, minutos después de la mano de Dios y la magia total: «Yo juego para vos, mamá».

Sé ahora que te seguiremos escribiendo en presente, esa licencia que sólo aplica a quienes, por amor o trascendencia, alcanzan la eternidad. Te escribiremos eternamente en presente porque sos la encarnación de nuestras mejores metáforas.

Apelo a las obviedades, que nos calman en la angustia: quisiera creer que las lágrimas nos humanizan. Busco creer, también, que las lágrimas limpiarán algo del odio y nos dejarán ver lo simple y esencial de tu grandeza. Sueño creer que, aunque tarde, podremos aprender la lección.

Tal vez tu cuerpo muerto, tu última gran función, sea la cachetada que, cuando pase la noche, nos haga despertar mejores.

Por Edgardo Pérez Castillo

Periodista, guionista y trompetista criado en Rosario. Dediqué mi camino periodístico a la difusión de la cultura de esta ciudad durante 18 años como redactor y editor de Cultura en Rosario/12. Desde 2008 como productor y guionista en Señal Santa Fe. Y ahora, también, haciendo Barullo.

Dejá un comentario