¿Qué es ser pobre? ¿Qué es ser pobre en movimiento? ¿Cuántos pobres hay en Rosario, quietos o dinámicos? ¿Y en Madrid?
¿Qué es ser migrante? La pregunta, en este caso, sobre su carácter dinámico es tautológica.
El diario The Guardian tiene especial fascinación por las oscilaciones del peso argentino y su relación con la pobreza, así como por Juan Grabois, líder de los “nuevos pobres”, quienes, según el periódico, son aquellos que no tienen un empleo formal, los que conforman la “economía popular”.
El País de España es otro medio que sigue el problema con rutinaria atención: cuatro de cada diez argentinos son pobres, informó hace unos días.
En Madrid la cifra, con el mismo parámetro, es de 26,4%, es decir, casi tres de cada diez ciudadanos. En Milán, 20,1%; en Londres, 18,6%. Números que marcan más simetrías que diferencias. Vamos a convenir que si comparamos Rosario con, por ejemplo, París, las cifras disminuyen a la mitad en la Rive Gauche, lo cual es un despropósito en detrimento de los parisinos, ya que con una economía estable y un estado de bienestar no ostentan una pobreza cercana a cero. Sin embargo, no hablan de pobreza en sus medios, como tampoco lo hacen los ingleses ni los italianos: el problema es la inmigración.
La filósofa española Adela Cortina ha teorizado sobre la pobreza y lo que ella llama “aporofobia”, el rechazo al pobre. Cortina distingue con claridad los campos de la xenofilia y la xenofobia, según la relación que se produce entre los extranjeros y el cuerpo social, diferenciando, por ejemplo, la simpatía que despiertan los turistas, generadores de beneficios o el rechazo a los inmigrantes que “quitan” un puesto laboral. Estas diferencias, obvias, Cortina las lleva a la sutileza de que el rechazo al extranjero es una piel que puede cubrir, en realidad, la antipatía a su condición de pobre antes que hacia su nacionalidad: molesta que carezcan de recursos y vengan a complicar la vida a los que ya tienen bastantes problemas que resolver. Por eso no llama a esta actitud xenofobia, sino aporofobia. “El áporos, el que molesta”, escribe Cortina en su libro Aporofobia, el rechazo al pobre: un desafío para la democracia.
La contracara del pobre en este escenario es la del emprendedor, una figura que es solo funcional al relato del capitalismo financiero, ya que se utiliza para erosionar el espacio moral del desempleado: existiendo un campo económico fértil para todas las iniciativas, afirma la auctoritas neoliberal, como lo demostraría la emergencia permanente de startups, es negligente aquel que no sea capaz de armar su propio negocio. Entonces un ciudadano sin trabajo formal puede ser susceptible de ser víctima de la aporofobia, con lo cual los desempleados pasan a ser extranjeros de su propio país ya que se puede equiparar a un “sin papeles” con un “sin trabajo”.
Un emprendedor, un trabajador autónomo, luego de perder su trabajo formal se reinserta, en Rosario o en Barcelona, al sistema. Quien no lo consigue, en el caso argentino, pasa a formar parte de la “economía popular” o como se le denomina también, en el campo económico, al colectivo “pobres en movimiento”. A priori no tiene por qué ser una estigmatización. Ocurre, sin embargo, que el matiz semántico de movilidad le otorga la condición de poder organizarse y actuar como un actor social activo en respuesta a la exclusión que se le asignó. Otro problema.
Digamos que, tanto en Argentina como en Europa, lo que falta es trabajo y, socialmente y no económicamente –porque el trabajo no ya formal sino digno, seguirá ausente– lo que se intenta gestionar es la compasión: ver qué se puede hacer mientras no se hace nada; darle una limosna, en todo caso. ¿O acaso, en el relato social, las ayudas no son el equivalente a una limosna? En esto Cortina es tajante: la limosna, dice, no es justicia. Y la justicia deviene del derecho, de un contrato social “en el que los ciudadanos están dispuestos a cumplir sus deberes con tal de que el Estado proteja sus derechos”.
El epígrafe a uno de los capítulos del libro de Adela Cortina es el lema del Banco Mundial: “Nuestro sueño es un mundo sin pobreza”. Tal como van las cosas, su lectura invita a soñar, quizás, con un mundo sin bancos.
Publicado en la ed. impresa #18