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Barullo en papel La entrevista

Liliana Herrero: “Ya recuperaremos la calle, y recuperaremos la música”

La gran cantora (como le gusta definirse) nacida en Entre Ríos y de largo paso por Rosario dialogó a fondo con Barullo, habló de su oficio, familia, amores y amigos y aseguró, sin vacilaciones, que “una voz es mucho más que una técnica”.

“Cuando la encuentre, moriré”, asegura Liliana Herrero, que reflexiona sobre la búsqueda de la propia voz y no duda: “Cesará la vida, porque es una búsqueda interminable, desesperada, gozosa. Nunca la encontraré”. Desde su casa en Buenos Aires, la inmensa cantora entrerriana no duda, pero teme. La cuarentena en tiempos de pandemia la obliga a extrañar los ensayos, la llena de incertidumbre. “A veces pienso si no habré perdido lo que he buscado tanto –dice–. Se me presenta el fantasma de la pérdida de la voz. Son los años también. Pero ya recuperaremos la calle, y recuperaremos la música”. En 2019 Liliana Herrero publicó Canción sobre canción, donde resignifica once composiciones de Fito Páez. Un trabajo publicado 32 años después de su disco debut, ese que, bajo su nombre, se animó a lanzar por la insistencia de un joven Páez. Entre medio, la creadora nacida en Villaguay construyó un repertorio inmenso, renovador, inquietante. Un cuerpo cancionístico que se alimenta de los grandes temas que la atraviesan: el río (los ríos), el tiempo, la memoria. Todo, siempre, catalizado por la convicción de hacer propias todas y cada una de las canciones. “La acción de intervenir un tema ya es una acción política. Porque es sacar una cosa de un lugar y ponerlo en otro. ¡Podría ser un lema bastante importante para la política!”, resume, y ríe, Liliana Herrero, que se presta a un diálogo extenso para rememorar su infancia y juventud en Villaguay, cuna de las tensiones que la constituyen. Para recuperar los años fundamentales en Rosario, las amistades, descubrimientos y pérdidas. Y para hablar, claro, de música; de creaciones y escuchas.

Liliana Herrero posa para la foto de Nora Lezano
Foto: Nora Lezano

“En casa tenía una bandeja de discos sin saber qué hacer, si tirarla o no, si dejarla en la puerta de casa. Nunca la tiré y un día vino un técnico amigo que me dijo que se podía arreglar. ¡Yo estaba contentísima! Me la arregló y a partir de ahí empecé insistentemente con el disco, porque tengo parte de la colección de discos que tenía mi padre, que era enorme, toda una pared”, recuerda. Junto con esa porción de discoteca, Herrero recuperó también la carpeta que funcionaba como mapa para recorrerla: “Mi padre tenía una libretita negra, muy hermosa, que yo conservo, que tiene todo dividido por autores, sobre todo de música clásica –detalla–. Él sabía, por ejemplo, que Bach estaba en la cuadrícula del estante 65. Es una perla para mí, porque eso significa no sólo tener esos discos y volver a escucharlos, sino que si alguien se interesara, cotejando con la libreta negra podría saber qué cosas escuchaba en esa época un hombre como mi padre, llamado Juan José, bioquímico, en Villaguay. Y siempre, el misterio para mí, de cómo le llegaban esos discos”.

–¿Descubriste, o entendiste nuevas cosas sobre tu padre, a partir de reencontrarte con esos discos, con cómo los tenía catalogados?

–Sí, eso lo comprendí perdidamente. Cuando levantamos con mis hermanos esa casa, yo vi la carpeta, la tomé junto con los discos que me traje. Cuando la empecé a ver me di cuenta de su valor. No sólo por cómo estaban catalogados, sino por ver qué recorrido auditivo hacía mi papá, qué elegía, qué autores, qué directores de orquesta, qué discos de folklore o de tango. Mayormente era música clásica. Era un amante de la música, entonces también comprendí otras cosas. Esa música estaba en el living de mi casa, mi padre se encerraba allí y dirigía una orquesta invisible. Conocía perfectamente lo que estaba escuchando.

Era un amante de la música, entonces también comprendí otras cosas. Esa música estaba en el living de mi casa, mi padre se encerraba allí y dirigía una orquesta invisible. Conocía perfectamente lo que estaba escuchando.

–¿Tenía estudios musicales o era una acción lúdica?

–Era absolutamente intuitivo. Mi papá era un gran músico. Pero no sabía leer o escribir música, sino que tocaba la guitarra de oreja. De todos modos, mucho después supe que cuando él era estudiante en Rosario iba a los conciertos en el teatro El Círculo, para él era una salida fundamental.

–¿Tu llegada a Rosario tuvo que ver también con ese paso de tu padre por la UNR?

–Sí. En el caso de mi padre, su familia no tenía plata para que él pudiera estudiar una carrera universitaria. Cuando mi padre terminó el secundario en Gualeguay (no en Villaguay, que es donde nació), trabajó muchos años como maestro rural. Y fue director de una escuela rural. Ahí lo que hizo fue ahorrar su sueldo, iba gastando muy poco dinero en el campo, y con esos ahorros se fue a estudiar bioquímica a Rosario. Fue ahí donde conoció a mi madre. Mi mamá nació en Colón, provincia de Buenos Aires, y de muy niña se fue a vivir a San Nicolás. Ella fue la única, de una familia grande, que no eligió estudiar magisterio. El destino de una mujer, en esos años, era que se recibiera de maestra. Pero ella decidió estudiar bachillerato y esa elección suponía la continuidad de su formación en alguna carrera universitaria. Cuando toda su familia se mudó desde San Nicolás a Rosario, estudió farmacia. No sé en qué barrio vivían, pero en Rosario conoció a mi padre, se casaron y se fueron a vivir a Villaguay.

–¿La música era algo que tu madre compartía con tu padre?

–No, raramente. Respetaba mucho, y nos tenía a todos muy amaestrados: cuando mi papá se encerraba a escuchar música, no debíamos molestar. No sólo en eso: mi papá tenía el laboratorio de bioquímico en casa, y cuando venía la gente del campo a preguntar qué tenía que hacer para hacerse al otro día un análisis de sangre, sabíamos qué contestarle: hacerse la extracción en ayunas, y siempre el gaucho preguntaba si podía tomar mate, entonces nos tenían amaestrados para que explicarles que sí, pero sin azúcar. Cosa rara igual, porque en Entre Ríos era una aclaración casi innecesaria, porque no se toma mate dulce, nunca tomé mate dulce, jamás. Siempre tomábamos mate amargo, y aún lo sigo haciendo.

–¿Qué recuerdos tenés de tu padre en esos momentos de escucha? Esa situación de respetar su momento podría haber resultado una imposición que derivara en un distanciamiento. ¿Te acercabas a compartirlo?

–Nosotros lo escuchábamos porque sólo nos distanciaba una puerta y él ponía la música al mango. Después sí recuerdo con mucha intensidad sus discusiones con el cura párroco, que se daban en casa y a los gritos.

–¿Sobre qué discutían?

–¡Sobre la existencia de Dios! Mi padre era un ateo, un hombre de la Reforma Universitaria. En cambio mi madre era una mujer absolutamente religiosa. Incluso mis hermanos y yo tomamos la comunión a pedido de mi madre, a escondidas: mi papá nunca se enteró que tomamos la comunión. ¡Nunca lo supo! (ríe). Eso señala posiciones muy interesantes, donde se puede pensar este país con todas esas tensiones y contradicciones. Eso lo viví muy fuertemente en mi casa. También viví fuertemente el hecho de que a mi padre le gustaba mucho cazar y pescar. Mi papá había tenido tuberculosis ósea, entonces tenía una pierna más corta, caminaba rengo. Cuando íbamos a cazar él directamente desde el auto apoyaba su brazo sobre la ventanilla, pegaba el tiro y mataba la perdiz. Cuando llegábamos a casa con la bolsa arpillera llena de perdices, si alguna no había muerto por el tiro, mi papá la terminaba matando contra el mármol de la cocina. Después mi madre las pelaba y hacía un escabeche riquísimo. Esas cosas le gustaban a mi papá, y acá vuelvo a la palabra tensión: entre la religión de mi madre, el ateísmo de mi padre, los rezos de mi madre antes de irse a dormir, las lecturas urgentes de mi padre que era un gran amante de la literatura, entre la bárbara caza de perdices a escuchar las músicas más exquisitas. En el medio de eso creo que está el arte. El arte está en medio de esas tensiones extraordinarias.

Liliana Herrero fumando
Foto: Nora Lezano

La llegada de Liliana Herrero a Rosario se dio en 1968, luego de un paso por Paraná, donde cursó un año en un profesorado de enseñanza terciaria: “Pero no tenía ninguna vocación, estaba perdida en el mundo, como se suele estar en esos años (¡y aun de viejo!), entonces cuando fui a Rosario no quería ninguna carrera que tuviera examen de ingreso”. La carrera, finalmente, fue Filosofía. “No creo que eso haya sido tan azaroso, porque sin duda había tomado algo de mi padre, que era un gran lector, un gran discutidor de política y un gran músico –aclara–. Todo ese mundo espiritual que acompañaba a mi padre fue absolutamente absorbido por mí. Sin percibirlo… porque uno nunca sabe bien qué piensa en el momento que está pensando, o hablando. Es muy difícil pensar la contemporaneidad, incluso este momento en que estoy hablando (en medio de una cuarentena, algo insólito e inesperado)”.

Una pensión en Roca y Córdoba fue la primera base de un peregrinar por casas, departamentos, peñas, el comedor universitario. El fulgor previo a la oscuridad, según sintetiza Herrero: “Eran los 60, años espectaculares para mí. Las luchas de los 60, el Rosariazo, todo eso fue impresionante. Mi hermano mayor ya estaba estudiando Medicina, después mi hermano menor vino a estudiar Ingeniería. Estudiábamos en serio, no estábamos de joda, porque nuestros padres nos mantenían. Pero era un aquelarre, el comedor universitario, las peñas, la militancia, la política. Todo eso era un batido fundamental, que uno puede condensar en la expresión de los 60, los 70. Hasta la podredumbre”.

Las luchas de los 60, todo eso fue impresionante. Estudiábamos en serio pero era un aquelarre, el comedor universitario, las peñas, la militancia, la política. Todo eso era un batido fundamental

La dictadura cívico-militar significó también el fin del vínculo entre Herrero y la Biblioteca Vigil, que se había iniciado en 1973 y donde realizó sus primeras grabaciones para los compilados musicales que publicaba (y rifaba) la emblemática entidad rosarina.

–Vos venías de ese mundo lleno de información, las peñas, la política, la música. A partir del golpe, ¿dónde encontrabas aire? ¿Qué te llevó a quedarte?

–Fue un momento muy difícil, oscuro, complejo, de muchos temores. Siempre tuve cerca amigos queridos que estaban en problemas, pero nos arreglamos como pudimos. No voy a dar detalles de eso, pero sólo puedo decir que después de 44 años, en febrero de 2019 fui a testimoniar a la causa Feced 3, que se acaba de cerrar. Tuve una satisfacción muy grande por testimoniar allí. Estuve en Vigil hasta que fue intervenida. Pero tuve que rebobinar todo eso, porque cuando fui a testimoniar me ayudaron mucho unas compañeras que también tenían confusiones. Seguimos hablando de la memoria, cómo opera la memoria… Ir a testimoniar fue hermoso, el reencuentro fue hermoso, y lo más importante de todo fue el texto que leyó la jueza, que pude ver por streaming. Para mí es una reivindicación extraordinaria, porque en ese texto fundamenta el motivo de las condenas, no sólo a partir de los testimonios, sino a partir de una posición de lo que fue el golpe de Estado en Argentina.

Con la normalización democrática, en 1985 Herrero ganó por concurso un cargo en Filosofía, lo que significó su inserción en el ámbito universitario. Poco antes, en la casa del enorme Chacho Muller había conocido a Juan Carlos Baglietto, por entonces novio de una de las hijas de Chacho. Y, de inmediato, a otros jóvenes talentos: “Adrián Abonizio, Fander, Rubén Goldín, Jorge y Fabián Llonch, Fito y tantos otros. Yo me alegré mucho, porque todavía no estaba la democracia, y percibí que ahí había una cosecha nueva. Eso lo percibí claramente, así que tuve una relación muy natural con ellos, muy espontánea. Y la relación que persiste es la relación con Fito, que fue fundamental para mí. También trabajamos juntos con Alejandra Rodenas, dimos una cátedra hermosa, Introducción a la filosofía en Derecho. Yo era titular y Alejandra era ayudante mía, un disparate porque ella sabía tanto o más que yo. Pero siempre recordamos con mucho cariño ese encuentro, que duró un año más o menos, fue una linda experiencia. A partir del 83, 84, que ya estaba feneciendo una época que pensamos nunca iba a terminar, fue todo muy aluvional, gente que volvía del exilio, gente que no estaba más, reuniones, encuentros, personas nuevas que no conocía. Todo eso fue muy aluvional, no sabría decir qué fue primero y qué después”.

En 1987, el Congreso Nacional de Filosofía y Ciencias Sociales realizado en Puerto San Martín resultó otro punto de inflexión, a partir del encuentro con su actual pareja, Horacio González. “El Congreso fue maravilloso, fue un momento maravilloso en la vida de Horacio, en la vida de muchos. Horacio hizo los Cuadernos de la Comuna, una cosa muy linda. Después estuvimos viviendo como pareja pero yo en Rosario y él en Buenos Aires. En principio diría que era carísimo. Además, con la abominable, soporífera ruta 9. Además mantener dos casas era complicado, entonces me fui a Buenos Aires. Yo había tomado la decisión de seguir dando clases pero volviendo a Rosario cada quince días, cosa que me gustaba mucho porque así también veía a mi hija. Después la Universidad, contrariamente a lo que me había permitido siempre, un día decidió que no me permitía más dar clases presenciales cada quince días. Ahí terminé de darme cuenta de lo que era la institución, de lo que pasaba”.

–En tu renuncia a la UNR marcaste que no querías “pertenecer a una institución que abandonó la pasión por el saber y el conocimiento”.

–Sí, y sigo pensando eso en relación a esa universidad. Si me preguntás cómo es hoy la universidad no sabría decirte, porque me desconecté absolutamente de la vida universitaria, la desconozco. Me harté de la universidad, me pareció que había entregado demasiado al protoneoliberalismo, porque fue previo, pero el conocimiento se entregó demasiado rápido y libremente a eso. Di una batalla, la perdí, y me retiré. No extraño al aparato universitario, y de alguna manera lo de dar clases, ya sea dando una charla, participando de una mesa redonda, o conversando ahora con vos, en el sentido de que yo entiendo la clase, como una conversación, sigue siendo lo mismo. Es como la música, una conversación. No tiene ningún impedimento no estar en la institución para seguir haciendo esta práctica, que consiste en un pensamiento, en una conversación, preguntas, respuestas, diálogos. No me parece que el saber y el conocimiento consistan mucho más que en eso.

No extraño al aparato universitario, y de alguna manera lo de dar clases, ya sea dando una charla, participando de una mesa redonda, en el sentido de que yo entiendo la clase sigue siendo lo mismo. Es como la música, una conversación

Para el momento de su renuncia, en 2007, luego de veinte años de recorrido profesional, Liliana Herrero ya era una figura consagrada dentro de la música popular argentina. Una cantora con un estilo interpretativo único.

–Si bien en otras ocasiones lo has abordado, ¿cuál es la diferencia entre cantar e interpretar, entre cantar y apropiarse de una obra?

–Bueno, creo que si alguna vez lo diferencié, hoy lo homologaría. En el sentido de que no hay canto si no hay apropiación. Cuando no sos compositora, por supuesto. Y cuando estás decidida a buscar un estilo, una idea, un modo de decir las cosas, un modo de cantar. No hay canto sin la apropiación de un texto. También pasa con la enseñanza. Finalmente, mis clases eran eso: acá tenemos un texto, ¿qué hacemos con él? Vamos a leer. Eso hay que hacer con algunas músicas, leerlas, ver qué voces tienen para hablarme a mí hoy. De golpe, aparece algo que es el original pero, al mismo tiempo, no lo es. En vez de poner notas a pie de página, como se hace en la Academia, prefiero presentar la apropiación completa de tres minutos, que es una canción, y ya está: aquí está lo que pude hacer con esto (ríe).

No hay canto si no hay apropiación. Cuando no sos compositora, por supuesto. Y cuando estás decidida a buscar un estilo, una idea, un modo de decir las cosas, un modo de cantar

–Sin notas al pie.

–Sin notas al pie… Siempre hay una referencia en la cual recostarte, pero explicitarlo en la música no me parece. Como la exigencia de la Academia era explicitarlo cada vez para demostrar cuánto habías leído, de ahí me retiré. Sobre todo en el caso de un trabajo sobre un tema, yo me recuesto en muchas cosas, en la literatura, en muchas prácticas. Si alguien me pregunta, las cuento, pero la versión está ahí: eso es lo que puedo hacer con lo que recordé, con lo que me gustó, con el mecanismo que le robé, todas esas cosas. De ahí puede ser que salga una versión preciosa, o un tema cualquiera.

–Todo eso, la propia vivencia donde uno se recuesta, los libros, la música, paisajes y recuerdos, hacen que una obra se resignifique.

–Claro, esa sería para mí la tarea del cantor, la cantora, del intérprete. En ese sentido es que homologo esas palabras.

–La definición de cantora, de cantor, resulta muy bella. Hay algo allí que habla no solo del talento, de la técnica, sino que hay también una conexión más profunda con la tierra. Al pensar en una cantora puede pensarse en Chabuca Granda, Violeta Parra, en Mercedes Sosa.

–Ese título del último disco de Mercedes, Cantora, es muy bello. Y lo adopté, porque uno dice cantante, pero me gusta más cantora. Supone un reconocimiento a Mercedes, una gran cantora, y por otro lado no decís más cantante, que está tan descalificado. Están “los músicos y la cantante”. Me gusta más juntar esos conceptos de la instrumentación y del canto. Porque en el canto no hay ausencia de música y en los instrumentistas no hay ausencia de canto, es un disparate pensar así. En otra época decía “decidora”, pero no sé si vale para mí. Sí vale la palabra apropiación, porque no es posible tomar un tema sin hacerlo propio, aunque la palabra apropiación tiene también un sentido muy doloroso para la Argentina. Y respecto a la técnica, creo que no alcanza para explicar lo que es una voz. Es más que una técnica. Ese más, si me pedís que lo defina, no sé cuál es. No podría señalarlo, es esto, es aquello, habría muchas cosas, pero sí sé que una voz es mucho más que una técnica. Ahora, si está la técnica también está bueno (ríe). Aprender a respirar, a utilizar el rostro, las cavidades por las que transita el sonido, es maravilloso.

Liliana Herrero leyendo y sonriendo
Foto: Nora Lezano

–Podríamos pensar que no es posible lograr una auténtica interpretación de una obra si no se la siente, si no hay algo que te conecte con esa obra.

–Sí, pero también puede ser una búsqueda esa conexión. Porque por ahí no está en la primera oída del tema, en la segunda, pero ya estás por dejarlo a un costado y resulta que buscando formas, texturas, instrumentaciones (hay muchas cosas que entran en juego), encontrás un sendero. Eso puede pasar. O bien hay otro tema que escuchás de entrada, te gusta y decidís hacerlo, pero no te sale nada, no estás cómoda cantándolo y no le encontrás la vuelta para esa apropiación que uno piensa que es interesante para uno. Ocurren las dos cosas. He abandonado muchos temas, pero también a otros, que no esperaba encontrarles nada, los he encontrado. Después, con el tiempo, si te siguen gustando o no es otro cantar.

–¿Mirás retrospectivamente la obra construida?

–Me cuesta bastante, la verdad. A veces escucho, porque alguien me recuerda una canción grabada. A veces apago rápidamente y a veces no. Depende de las ganas de volver a escucharte. Siempre uno es muy crítico con lo que hizo. En esa mirada retrospectiva uno es muy crítico, no sabe qué hacer con esa escucha, porque uno también es otro, eso aconteció en el tiempo, la voz era distinta, decías de otra manera, cantabas de otra manera. Hay muchas cosas que influyen. Hay momentos en que puedo escucharme en paz y otros en los que no, que me escucho con mucho nervio, ahí prefiero dejar.

–¿Al pensar en un nuevo disco mirás para atrás para ver si hay conexión con lo construido?

–No me olvido, porque no quiero repetirme. Puedo decir que ciertos mecanismos insisten en el modo en que hago los temas con mis compañeros y compañeras, en cada caso, pero cuando empiezo a trabajar un tema recuerdo que hay algo que hicimos en algún otro tema, entonces trato de salir de ahí. Después sí me interesa, como en el caso del disco de Fito, ver si puedo tomar esos temas y señalar una época. Como cuando señalaba la época de mi padre y pensaba por qué mi padre escucharía esas músicas. Entonces en el caso de Canción sobre canción, el disco con temas de Fito, traté de recordar. Incluso en conversaciones con él, para que me recordara qué cosas escuchábamos ahí en la casa de Corrientes y Urquiza, qué músicas.

–¿Qué surgió?

–Joni Mitchell era fundamental. Dejarlas partir tiene puesta la guitarra en la afinación que usa Joni Mitchell. Yo le cambié el tiempo, con una afinación con acordes muy parecidos a los de Mitchell. Eso lo hice absolutamente consciente, porque quería recordar esas escuchas. De ahí y de tanta gente, de tantos años de gente, como diría la canción de Spinetta. Ahí recordé a muchas personas que amé profundamente, como Norberto Campos, Cristina Prates, tantas personas que amé y sigo amando. Esa casa llena de gente, Spinetta yendo a casa, Fito en casa, Horacio, mi hija Delfina. Era un mundo muy hermoso. Un mundo muy audaz artísticamente. Eso es Rosario para mí.

Spinetta yendo a casa, Fito en casa, Horacio, mi hija Delfina. Era un mundo muy hermoso. Un mundo muy audaz artísticamente. Eso es Rosario para mí

–Eso te marca dónde recostarte al momento de pensar un disco. En este caso, con canciones de Fito.

–Sí, en este caso sí, me tomé el trabajo de hablar con él para que me recordara escuchas. Músicas que escuchábamos con mucha intensidad, tal vez por primera vez los dos. Saluzzi, el Cuchi, hubo muchas cosas que me interesaron, por lo menos en dejar una señal. Y sí dejé una señal en relación a lo que sabía que era fundamental para Fito. En el caso de Giros empiezo con una cita a García y en el caso de Ámbar violeta empiezo con una cita a un tema de Spinetta. Esos dos personajes fueron, son y serán para Fito fundamentales. Y, por otro lado, los conocí a través de él.

–Al pensar en artistas con un recorrido extenso, como el tuyo, las síntesis biográficas suelen mencionar una sucesión de discos con fechas. Pero esos discos hablan de la construcción de un repertorio, un concepto más amplio, porque habla de una multiplicidad de canciones. En tu caso hay temáticas que aparecen una y otra vez: el río, los ríos, el transcurrir del tiempo, la memoria. ¿Qué temáticas reconocés al mirar tu repertorio?

–Los ríos es una de esas temáticas, sí. Entre Ríos, que quedó atrapado en mi infancia. Rosario… El tiempo es otro tema. Las grandes preguntas sobre la condición humana es otro de los temas que me llevan a buscar. Guitarra dímelo tú, de Yupanqui por ejemplo. O Me voy quedando, la zamba del Cuchi Leguizamón. Ando dando vuelta sobre esos temas, no creo que mucho más, no lo creo. Esos viajes: Villlaguay-Paraná, Paraná-Rosario, Rosario-Buenos Aires. Los viajes también. Es un poco lo que hablábamos al principio: no creo mucho en las autobiografías, creo que las anécdotas vividas, las experiencias de una vida sirven para pensar. La anécdota de que mi papá cazaba perdices a mí me llevó al concepto de tensión, entonces el concepto de tensión lo uso en acordes que me interesan. Me parece que lo anecdótico sirve sólo si te lleva a un pensamiento.

¡Apagar los televisores!

“De verdad creo que va a pasar mucho tiempo hasta que podamos pensar un nuevo humanismo. Es en lo que me gustaría que pensáramos, en un nuevo humanismo. En la salida de las guerras y de las pestes aparecen, primero, nuevas tecnologías que no es lo que más me convence: este retiro de los cuerpos. Y, al mismo tiempo, no sé si el sufrimiento y las muertes traen aparejado necesariamente un horizonte humano diferente. Colectivamente hablando, me refiero. Todos estamos siendo conscientes de que esto ha sido también el resultado de años de sometimiento a las minorías, de muerte. Todos lo sabemos, pero de aquí a que el vecino no le deje un cartel al médico para que no vuelva al edificio… creo que va a pasar mucho tiempo. En ese sentido prefiero no hacer futurología, pero tengo un cierto escepticismo. Creo que los medios están haciendo el peor papel de su vida, sobre todo la televisión, es desastroso. Hay que apagar los televisores y, tal vez, en algún momento haya que apagar los zoom, los streaming. Y recuperar las calles, los pasos”.

Por Edgardo Pérez Castillo

Periodista, guionista y trompetista criado en Rosario. Dediqué mi camino periodístico a la difusión de la cultura de esta ciudad durante 18 años como redactor y editor de Cultura en Rosario/12. Desde 2008 como productor y guionista en Señal Santa Fe. Y ahora, también, haciendo Barullo.

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